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Mostrando entradas de mayo, 2023

ESTILO Y BELLEZA

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En el libro  Música blanca , Cristina Cerezales recuerda una carta que Juan Ramón Jiménez escribió a su madre Carmen Laforet. En ella comparte una confidencia de escritor: “Siempre me ha obsesionado este asunto del estilo. Ahora yo, que estoy repasando toda mi obra escrita para una edición definitiva, me deleito en quitar todas las palabras menos naturales, ‘estío’ por verano; […], ‘gualdo’ por amarillo; ‘mas’ por pero, ‘albo’ por blanco, ‘calosfrío’ por escalofríos, etc.   […] Y vuelvo a poner repeticiones que eran necesarias donde las había quitado”, Seguramente se dio cuenta del peso de vanidad y protagonismo que llevaba impresa su escritura y que no la dejaba ser ella misma.  En este mismo sentido, Marta D. Riezu acaba de escribir  Agua y jabón. Apuntes de elegancia involuntaria . Toma el título, y comienza el libro, con una respuesta del fotógrafo y modisto ingles Cecil Beaton al que le preguntaron qué era la elegancia. “Agua y jabón”, dijo. Y continua ella: “que es lo mismo que d

DOMINGO DE PENTECOSTÉS. CICLO A (Hch 2,1-11; Sal 103; 1Cor12,3b-7.12-13; Jn 20,19-23)

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La súplica “Ven Espíritu Santo” expresa el anhelo de la Iglesia y del creyente de que Cristo, al que se ha gustado como vida verdadera, se haga finalmente uno con el mundo y con nosotros. Por eso, cuando pedimos el Espíritu Santo lo que realmente esperamos es que Cristo lo abarque todo y todo quede configurado por su paz y su justicia, como bien dice la oración final del Apocalipsis. El problema es que, al expresarnos a través de una súplica, tendemos a sentir inconscientemente que no ha venido aún y que deberíamos convencerlo de que lo haga. En el evangelio de hoy, Jesús afirma: “Recibid el Espíritu Santo”. ¡Recibid! Se trata de un verbo que no solo expresa el dar de Cristo que con su Espíritu quiere hacerse uno con nosotros, sino que muestra la necesidad de una respuesta activa de nuestra parte. Por eso, me parece importante percibir que algo de esta súplica al Espíritu se dirige a nuestro mismo corazón, para animarlo a abrirse a la presencia viva y cercana de Cristo del que fluye

UN LIBRO, UNA PUERTA

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Hay libros que están escritos para que nos reconozcamos. De ellos no se sale indemne a no ser que leamos con la indiferencia de quien se ha acostumbrado a mira el mundo y a sí mismo como espectador. Stefan Zweig, describiendo la obra de Dostoievski y a él mismo cuya carne ha quedado impresa en su obra, dice: “Cuando más nos sumergimos en él, más profundos nos sentimos nosotros. Solo cuando nos acercamos a nuestro verdadero ser, el ser humano universal, estamos cerca de él […] y este camino hacia su obra pasa por todos los purgatorios de la pasión, el infierno de los vicios, por todos los grados de tormento terrenal: el tormento del hombre, el tormento de la humanidad, el del artista y el último, el más terrible, el tormento de Dios”. Siento que esta descripción de la escritura de Dostoievski y del compromiso de su lector es una magnífica recomendación para aprender a leer la Sagrada Escritura donde la imagen de Dios y la del hombre tienden a coincidir atravesando los abismos de la ca

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN. CICLO A (Hch 1,1-11; Sal 47,2-3,6-9; Ef 1,17-23; Mt 28,16-20)

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Dios da a cada uno sus cuarenta días para alcanzarle, para venir a conocerle, para llegar a desearle, para presentarse ante su puerta con la confianza de que no solo estará abierta, sino que tras ella habrá un puesto para gozar de la vida. Cuarenta días con sus cuarenta noches; tiempo de luces y de sombras; de certezas, deseos y dudas; tiempo de esfuerzos propios y sostenimientos mutuos. Cuarenta días que, a veces, son cuarenta años como pasó con Israel en el desierto. Cuarenta días que, a veces, duran lo que una conversación como la de Jesús con el que estaba crucificado a su lado. Cuarenta días que al inicio de los Hechos de los apóstoles se nos describen como renovación de la enseñanza de Jesús en Galilea, mostrando ahora que ese camino conducía a una resurrección que se ofrece a todos; cuarenta días que el evangelio culmina con la subida a un monte que recuerda fácilmente al de la transfiguración donde se ve la vida gloriosa que envuelve los cuarenta días de Jesús entre nosotros

VIVIR EN LA VIDA

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“Estoy harta de leer reseñas que definen  Un hombre bueno  como un libro brutal y sarcástico. Los relatos son duros, pero son duros porque no hay nada más cruel o menos sentimental que el realismo cristiano. Creo que hay muchas bestias que se acercan a Belén a nacer y he informado del progreso de algunas, y me sorprende que estos relatos sean clasificados de historias de terror”. Así se expresaba Flannery O’Connor en una carta a su amigo Ben Grifith, intentando expresar que solo en la vida misma, con todas sus contradicciones, se puede encontrar al verdadero Dios, y no creando un mundo paralelo donde todo estuviera organizado de acuerdo con el dogma de lo que debe ser-  Habría tanto que aprender en este sentido. Ella misma había escrito en su  Diario de oración  en sus años de formación como escritora: “Por favor, ayúdame a meterme en las cosas y a encontrarte donde estés. No quiero renegar de las oraciones tradicionales que he rezado toda mi vida; el problema es que las rezo sin senti

DOMINGO VI DE PASCUA. CICLO A (Hch 8, 5-8.14-17; Sal 65, 1-3a.4-5.6-7a.16.20; 1Pe 3, 15-18; Jn 14, 15-21)

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No es extraño que al pensar el poder de Dios lo aislemos de su forma de ser. Esto ha hace que nos dirijamos a Él como dueño de un poder que podría utilizar para cualquier cosa, en especial para ayudarnos en lo que nosotros en cada momento pudiéramos necesitar y pedir. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Dios no es un poder más del mundo en lucha con los demás poderes, un poder con idénticas formas, empapado de las mismas parcialidades, y envuelto en las mismas arbitrariedades. El poder de Dios es el poder de su amor por todo, de su deseo de que todo llegue a una forma de ser donde el amor en el que todo fue concebido se exprese de manera plena. Y esta identidad es la que Dios defiende de continuo alentándola con su Espíritu. Lo hace sin cansarse ni desesperar, por más que el mundo y nosotros mismos nos metamos en callejones sin salida que degradan las posibilidades de la vida e incluso la hacen desarrollarse contra sí misma. Este es el poder de la resurrección que conduce la v

Decir el mundo

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Gracias distancia es el último libro del filósofo y poeta Antonio Cabrera. Se trata de un libro de aforismos en el que afirma: “Decir el mundo no nos saca del mundo”. Los creyentes decimos que sí, que al decirlo descubrimos que hemos sido puestos ahí para eso mismo, para decirlo, no para decirlo como quien domina, sino como quien pertenece a él para recibirlo y cuidarlo, y en esto Cabrera y nosotros ya coincidimos. Por eso, me gusta otro de sus aforismos, el anterior a este, que dice: “Para agradecer hay que abrir los ojos”, a lo que yo añadiría recordando el viejo relato de la caída: Abrir los ojos, no extender el brazo para coger, para apropiarse de las cosas. Porque esto nos duerme en el sueño del ensimismamiento, en esa pesadilla del amor a uno mismo que se olvida del amor real que no se puede coger, sino solo reconocer, acoger y ofrecer. Termino con otro de sus aforismos que me recuerda a Simone Weil: “La realidad solo atiende a quien le presta atención”. Por eso seguramente el e

DOMINGO V DE PASCUA. CICLO A (Hch 6, 1-7; Sal 32, 1-2.4-5.18-19; 1Pe 2, 4-9; Jn 14, 1-12)

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¿Qué significa ir al Padre? Y, ¿cuáles son las moradas que hay en él y que Jesús va a preparar? Pensar en un viaje físico que fuera de un lugar a otro terminaría confundiéndonos, de la misma manera que puede confundirnos hablar de ir al cielo. Ir al Padre es abrirse a la paternidad de Dios, abrirse a una confianza que supera todos los miedos que nos hacen atarnos a las cosas del mundo, a todo aquello que es caduco y que solo nos sostiene en apariencia y por un tiempo. Ir al Padre es atravesar el miedo a no ser nada para descubrir que estamos habitados por una presencia fundante que nos llama a participar de su ser, a compartir su vida, aunque sea atravesando la región sombría de nuestra finitud. El camino de Jesús, que deja su vida sembrada por donde pasa sin miedo a perderla, es paralelo a su confianza en este Dios que es Padre, su Padre. Sin esta confianza que él nos enseña nos agarramos a las cosas y a las personas de manera compulsiva y las posibilidades de vida que poseemos se e

RESUCITANDO QUE ES GERUNDIO

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Nadie reconoció a Jesús resucitado sino los que le habían acompañado desde Galilea hasta Jerusalén. Todo pasa como si para llegar al final del camino hubiera que recorrer todo el trayecto sin que pueda saltarse ninguna de las etapas. Se reconoce a Jesús resucitado si se aprende previamente a mirar con sus mismos ojos porque si no no se ve más que la vida de siempre con sus fracasos y limitaciones. Se reconoce a Jesús si se aprende previamente a sentir con su mismo corazón porque si no no se siente más que el latido de nuestro tic-tac ensimismado y miedoso. Se reconoce a Jesús si se aprende a confiar y esperar con su misma anchura porque si no no se vive más que en un presente que se quiere adornar para olvidar que es una jaula. En el fondo, se reconoce a Jesús resucitado al final de un camino en el que el mismo Jesús va resucitando cada una de las dimensiones de nuestra vida. No se trata solo de pasar a otra dimensión, sino de pasar a otra forma de ser, la del Dios amor, que se manif