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Mostrando entradas de abril, 2022

DOMINGO III DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C (Hch 5, 27b-32.40b-41; Sal 29, 2-13b; Apoc 5, 11-14; Jn 21, 1-19)

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Por dos veces el evangelio de hoy nos dice que los discípulos estaban juntos: así estaban y así subieron a la barca. Por más que nos sintamos solos y dispersos hay algo que continuamente nos reúne, según Juan. Este estar juntos parece responder a dos situaciones diferentes: el vivir la misma vida, con sus dificultades y alegrías, en medio de sus trabajos y descansos; y el subir a la barca (de la Iglesia), estar llamados a una vocación donde se plenifique nuestra vida, donde el pescar se haga sobreabundante. Es así como empieza este evangelio que continuamente se repite entre los hombres y mujeres de la historia. Y aquí estamos nosotros en medio del mundo y en medio de la Iglesia. Junto a todos, como dice el Concilio Vaticano II, en “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren”; y juntos en esta Iglesia nuestra que no sabe por qué sus redes parecen no recoger nada ya, al menos en est

DOMINGO II DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C (Hch 5,12-16; Sal 117; Apoc 1,9-11a.12-13.17-19; Jn 20, 19-31)

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Cuando leo el Evangelio que se nos da a meditar este domingo me gusta pensar que, al componerlo, fue Juan el que le dio a Tomás el apodo de “Mellizo” para que el lector o el oyente se identificara con él. Ofrecería así un principio que atraviesa toda la Escritura y que afirma que allí no se cuenta simplemente la historia de hombres y mujeres a través de los que Dios se dio a conocer, sino la historia de la humanidad, de nuestra humanidad en lo más profundo de sí misma. Así pues, nos equivocamos cuando leemos las historias con más curiosidad histórica que búsqueda del hoy de Dios para nosotros, porque identificándonos con el relato podemos ver las cosas de las que se habla, tal cual son, en nuestra propia vida, en nuestro propio mundo. En este sentido, el relato de este domingo nos invita a atravesar las dudas de fe acompañados por la comunidad, dejándonos arropar y alentar por su confesión. No son extrañas las dudas, es más, cuando un creyente no las ha tenido seguramente es que todaví

LA AGONÍA DE LA RESURRECCIÓN

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No pocas veces la predicación de la resurrección se hace de manera bastante ingenua, como si se estuviera hablando del fin de las penas y la irrupción de una alegría ya continua, o de la implantación de una paz que deja impotente la voracidad de la injusticia, o de la llegada de un reino de salud que se impone sobre toda enfermedad y muerte. Sin embargo, no es así. El mismo día que se celebra la resurrección algunos enferman gravemente o mueren, se comenten injusticias que golpean a los más débiles, y las preocupaciones, angustias, depresiones, tristezas… parecen seguir como si nada. De hecho, en los dos evangelios que se leen en el domingo de Resurrección (el de la Vigilia Pascual y el de la misa del día) ni siquiera se hace presente Cristo. Su presencia vendrá después de un itinerario de miedo, de llanto, de incredulidad… incluso cuando se afirma que él ya está resucitado.  Y es que la resurrección no resuelve los problemas de la vida, como la religión no es un e scudo protector co

Vigilia Pascual. A modo de homilía

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Soy yo, ¿no me conoces? (Viernes Santo)

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Había venido al jardín donde nos conocimos, donde el gozo de antaño se había transformado para él en agonía, y allí nos esperaba. Había convivido con nosotros desde el principio y nos conocía como a su propia carne, como nosotros debíamos conocerle a él. Nos esperaba y nosotros, vencidos por el miedo, íbamos armados como al encuentro de un enemigo. ¿Por qué si le conocíamos? ¿Por qué si sabíamos que era la fuente de la vida?   Y le preguntamos, como si no lo supiéramos: “¿Eres tú?” Y con esa expresión íntima de quien no necesita decir el nombre porque es el de siempre, respondió: “Soy yo”. Y retrocedimos, sin saber por qué, como si no estuviéramos preparados para tanto amor, como si no estuviéramos preparados para un encuentro en la verdad. Y caímos a tierra y nos mezclamos con ese barro infecundo que ha perdido su futuro porque se deshizo de las manos del alfarero que imprimía su belleza en él. Y se quedó solo, más solo aún, solo en una espiral de distanciamiento e indiferencia, d

El amor fraterno y el ángel exterminador (Jueves Santo)

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Hoy, Jueves Santo, en el día que llamamos de amor fraterno, nos haces escuchar que los que estén fuera de la casa marcada con sangre serán eliminados por el ángel exterminador. Y en el extrañamiento y distancia con los que acojo este texto me vas guiando para entender que entiendo mal, que si miro con los ojos de los hijos de Babel siempre entenderé que hay bandos, que están los míos y los otros, los de tu casa y los de fuera; y leído el texto así no habla con palabras de tu baca, sino con las del ídolo creado por un corazón herido de pecado. Y me muestras una casa donde han sido invitados todos los vecinos, todos los prójimos, como dice el texto que hay que hacer; una mesa donde están todos invitados, también los que tienen un corazón tentado de traición, de estar en uno u otro bando. Y me muestras una sangre que los cubre a todos porque todos tienen las manos manchadas, una sangre que ya no acusa a sus hermanos sin embargo, sino que fluye como sangre de vida nueva empujada a borboton

Jueves Santo

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DOMINGO DE RAMOS. CICLO C (Lc 19, 29-44)

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El burro ha quedado asociado en la tradición cristiana a la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, como vemos en todas las procesiones que hoy recorren las calles. Forman una especie de imagen compuesta, no hay Cristo sin burro. Podríamos decir que el burro es, casi casi, una parte de sí sin la cual no hay entrada triunfal. El evangelio dice que este burro estaba ‘atado’, expresión que ya había utilizado Jesús para referirse, a través de la enfermedad de una mujer, a las fuerzas que retienen al hombre para vivir su verdadera vida (13, 10-16). Jesús dice a sus discípulos: ‘Desatadlo y traedlo’. Así se resume la misión de Cristo, desatarnos de la sujeción con que los intereses del mundo nos dominan y liberar nuestras potencialidades para entrar en el camino de la vida junto a él; pero sobre todo para que así, a su imagen, hechos uno con él, podamos entrar triunfantes en la ciudad de la vida, la Jerusalén del cielo. Hay otro personaje famoso en la Escritura (Num 22) unido a una burr

DOMINGO V DEL TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C (Is 43,16–21; Sal 125,1-6; Filp 3,8-14; Jn 8,1-11)

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A unque la palabra suene fuerte e incluso un poco impostada, es aterrador hasta qué punto el creyente puede utilizar las palabras de Dios y a Dios mismo con fines diabólicos. Es imposible esconder los efectos de esta práctica en la historia. La frase “La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras” de hoy, es un ejemplo entre otros. La palabra que Dios nos dirige con su generosa acción creadora, con su promesa de salvación vinculada a su escucha de los dolientes y oprimidos y con su actuación en favor de los más pobres, se deforma cuando los hombres queremos seguridades, poder y riquezas que alejen de nosotros el temor al mundo tal cual es, con sus ambigüedades, con sus fracasos, con su pobreza. Entonces vestimos a Dios con nuestros deseos de poder y seguridad, ponemos en su boca palabras que respalden nuestras formas de vida y de pensar, y hacemos de Dios un doble de nuestra propia vida, un ídolo. Por eso vemos aparecer en la Escritura un Dios entre sol y sombra, un Dios que in