DOMINGO DE RAMOS. CICLO C (Lc 19, 29-44)

El burro ha quedado asociado en la tradición cristiana a la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, como vemos en todas las procesiones que hoy recorren las calles. Forman una especie de imagen compuesta, no hay Cristo sin burro. Podríamos decir que el burro es, casi casi, una parte de sí sin la cual no hay entrada triunfal.

El evangelio dice que este burro estaba ‘atado’, expresión que ya había utilizado Jesús para referirse, a través de la enfermedad de una mujer, a las fuerzas que retienen al hombre para vivir su verdadera vida (13, 10-16). Jesús dice a sus discípulos: ‘Desatadlo y traedlo’.

Así se resume la misión de Cristo, desatarnos de la sujeción con que los intereses del mundo nos dominan y liberar nuestras potencialidades para entrar en el camino de la vida junto a él; pero sobre todo para que así, a su imagen, hechos uno con él, podamos entrar triunfantes en la ciudad de la vida, la Jerusalén del cielo.

Hay otro personaje famoso en la Escritura (Num 22) unido a una burra, Balaam, que sin embargo la maldice y la golpea porque no se ajusta a sus intereses: maldecir al pueblo de Dios y ganar el favor del poderoso. En este caso, la burra no se muestra dócil y se enfrenta a él incluso a costa de su sufrimiento y, de esta manera, nos enseña el camino: cargar con el Señor y su forma de vida, para participar con él en la gloria de su victoria.

El salmo 32 aparece en este camino como testigo de este itinerario: “Dichoso el que ve olvidada su culpa y perdonado su pecado (el que es desatado). Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir, fijaré en ti mis ojos -dice el Señor. No seáis irracionales como caballos y mulos. Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero.


Pintura de Julia Stankova, Entrada de Cristo en Jerusalén.

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