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Mostrando entradas de marzo, 2021

REFLEXIÓN PARA DOMINGO DE RAMOS (Mc 11, 1-10 // Is 50, 4-7; Sal 21, 8-24; Fil 2, 6-11; Mc 14, 1–15, 47)

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Hay un conjunto de salmos que se denominan “Cantos de subidas”, que son las oraciones de alegría y alabanza que cantaban los peregrinos al iniciar el último tramo para entrar en Jerusalén o al recordar que en Jerusalén estaba Dios mismos como presencia protectora a la que podían acudir (“Qué alegría cuando me dijeron…”, por ejemplo). Sin embargo, hoy cuando los discípulos que acompañan alegres a Jesús en su entrada en Jerusalén entonan estos cantos, a nosotros se nos invita a meditar el salmo 21: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” No se trata de un salmo de subida hacia Dios sino de bajada al abismo, no de peregrinación a las fuentes de la vida, sino de abandono en las tinieblas del fracaso, del odio y de la muerte. Hoy este salmo lo escuchamos en la boca de Jesús en el momento de su muerte y en su corazón mientras sube a Jerusalén. ¿Por qué, para qué esta subida, que es una caída en el abismo? La primera lectura del profeta Isaías nos da la clave: “para saber decir una palabra

EL DESIERTO EN CASA - VI. El horizonte

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Uno de los pasajes más difíciles de entender de la Biblia es la negativa de Dios a dejar entrar a Moisés en la tierra prometida. Cuando ya está a tiro de piedra Moisés sube al monte Nebo y desde allí contempla la tierra prometida que Dios va a dar a su pueblo, pero allí muere.  Para mí esta subida no es sino el movimiento de oración de Moisés que le hace comprender, en cada paso que ha dado por el desierto, la verdad de la palabra que les ha guiado. Es en la oración, en la intimidad que se eleva al cielo (en el monte) donde puede ver esta tierra cuando el pueblo no la ve. Se trata de un don de Dios, que podemos ver en nosotros también. Se trata de hacernos creer en su promesa, de hacernos saber que el futuro que promete al camino de nuestra vida es real, aunque no lo podamos recibir nunca del todo en esta vida, y de darnos fuerzas para avanzar hacia él. De esta manera, cuándo cultivamos la oración el Señor nos hace saber, como a Moisés, que el esfuerzo de nuestro camino no es en vano,

REFLEXIÓN PARA DOMINGO V DE CUARESMA (Ex 20,1-17; Sal 18,8-11; 1Cor 1,22-25; Jn 2,13-25)

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Al leer el evangelio de hoy uno tiene la sensación de que Jesús pertenece a esa clase de políticos a los que da lo mismo lo que les pregunten en las entrevistas porque ellos ya vienen con frases hechas que buscan soltar vengan a cuento o no. En este sentido, la petición inicial “Queremos ver a Jesús” da paso, cuando llega a Jesús, en una reflexión-predicación sobre la necesidad de perder la vida para encontrarla. ¿Es Jesús uno de estos políticos o hay algo mucho más profundo de fondo? Intentemos entender. Para los que preguntan, su búsqueda fácilmente no es más que una curiosidad interesada. Ver sus milagros o acceder a él para pedir alguna gracia especial. Se trata de la búsqueda de Dios más extendida y primaria del ser humano. Sin embargo, como sucede cuando nos buscamos interesadamente entre nosotros, esta vía no hace que nos reconozcamos verdaderamente. Por eso Jesús comienza una meditación sobre la necesidad de morir y dejarse glorificar por Dios. Es decir, solo en la medida que a

EL DESIERTO EN CASA - V. Un desierto siempre más amplio

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A veces los desiertos que se nos vienen encima son pasajeros y el tiempo, la ayuda de los demás y nuestra voluntad puede con ellos. Y allí podemos ver a Dios, en la presencia de nuestros samaritanos y en la fuerza de nuestra voluntad. Sin embargo, otros parecen no terminar nunca, como si nos fueran a acompañar hasta el final. De hecho, el desierto de Israel duró una generación, y ninguno de los que salió de Egipto entró en la tierra prometida. Este dato parece advertirnos que, en determinadas ocasiones, vamos a encontrar en nosotros desiertos que no necesitan de fuerza de voluntad, sino de humildad para reconocernos frágiles vasijas de barro, como decía Pablo. A veces se tratará de una enfermedad crónica, otras de una situación irresoluble que nos acompaña, otras de algún pecado que nos vence de continuo… En esas situaciones lo que primero aparece en nuestro corazón es la queja e incluso el resentimiento. Sin embargo, el camino en est

REFLEXIÓN PARA DOMINGO IV DE CUARESMA (2Cro 36,14-16.19-23; Sal 136,1-6; Ef 2, 4-10; Jn 3,14-21)

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No sé si se puede encontrar a alguien que no tenga miedo a que lo juzguen, lo cual es lo mismo, en su propia conciencia, a que lo condenen. Este miedo nos habita no solo cuando sabemos que hemos hecho algo que está mal, sino también cuando lo que hacemos está expuesto a ser valorado o juzgado como insignificante, estúpido o fuera de lugar. No sabemos muy bien de dónde nos viene este miedo que nos viste internamente y que tanto dificulta nuestras relaciones. Tiene su nido en esa necesidad que todos tenemos de ser acogidos y que no se realiza de manera natural, instintiva, entre nosotros, sino que requiere del impulso del querer, de la libertad y la voluntad del otro. Esto nos hace estar siempre como equilibristas en una cuerda floja, a veces inclinados presuntuosamente hacia un lado aparentando que no necesitamos a nadie, y otras, desesperados, hacia el otro con la conciencia de ser abandonados por aquellos a los que necesitamos. Esta es una de las formas en las que el pecado no nos d

EL DESIERTO EN CASA - IV. Entregarse a los ídolos

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No es fácil resistir en el desierto, resistir caminando con una vida limitada, con una vida venida a menos. Y por eso es fácil dejarse engañar por aquellos que nos ofrecen algo de gozo o de dominio inmediato sobre la vida. Por más que solo sea un instante nos sentimos dueños de nosotros mismos, al abrigo de las arenas de la debilidad, la tristeza, la pequeñez que parece anularnos. Estas voces pertenecen a ídolos que nos roban el alma al precio de llenar la vida con pequeños instantes que nos hacen olvidar la verdad de las cosas, a necesidad de aceptar el peso de la vida: los momentos de aburrimiento, el peso de la impotencia, la angustia de la soledad. Estos ídolos tienen muchas formas, pero todas tienen en común que nos entretienen haciéndonos olvidar que el valor de la vida no consiste en que sea siempre poderosa o agradable, sino en que camine dando de sí lo mejor que la habita. Los ídolos quieren que olvidemos que nuestra vida debe medirse no por los instantes puntuales, sino

REFLEXIÓN PARA DOMINGO III DE CUARESMA (Ex 20,1-17; Sal 18,8-11; 1Cor 1,22-25; Jn 2,13-25)

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¿Cómo acercarse a Dios, desde dónde? ¿Cómo abrir las puertas a su gracia, dónde hacerlo? Esta es la cuestión que nos plantea el evangelio de hoy. Una afirmación parece imponerse: incluso si muchos templos, con sus ritos correspondientes, han ayudados a la humanidad a acercarse a Él todos son relativos, perecederos, e incluso llegan a ser inútiles y perjudiciales cuando nos atamos a ellos como si fueran absolutos. Es Jesús el verdadero templo acogedor, vivo, inmortal. Él es el espacio sagrado por excelencia donde Dios nos visita y es desde él desde donde nosotros podemos abrirnos a la vida que Dios nos da. Contra él chocan todas las devociones y sentimientos piadosos que nacen de nuestra historia de fe y que habitualmente tienden a asegurar nuestra vida y darle una forma religiosa ‘a nuestra medida’. Frente a él sucumben todos nuestros templos cuya belleza y riquezas suelen estar hechas más a nuestra medida y para nuestra gloria que a la media y gloria de Dios. Es la vida de Jesús

EL DESIERTO EN CASA - III. Las fuentes de la vida en el desierto

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La sed cayó sobre los israelitas casi inmediatamente después de terminar la celebración de la liberación, justo cuando la vida parecía ya a salvo. Por eso podemos decir que la sed es el signo del desierto en el interior del propio cuerpo. Sin embargo, después de los primeros momentos de quejas y depresión, comenzaron a caminar acompañados por una roca-manantial que, afirman los textos, les acompañó durante todo el recorrido.  También nosotros, en este desierto que hemos y estamos viviendo, seguramente hayamos encontrado pequeñas fuentes de sentido, de aliento, de fuerza, de vitalidad… Pequeñas fuentes que nos han acompañado y ayudado a no dejar que la sed de vida normal, cálida, buena… que no teníamos nos tragara. Pequeñas fuentes que han sido personas, acciones, realidades que, aunque las teníamos a mano, no valorábamos y agradecíamos de forma significativa. Para los cristianos, todo lo que alienta y sostiene la vida procede de un mismo manantial del que continuamente nacemos y en e