EL DESIERTO EN CASA - V. Un desierto siempre más amplio

A veces los desiertos que se nos vienen encima son pasajeros y el tiempo, la ayuda de los demás y nuestra voluntad puede con ellos. Y allí podemos ver a Dios, en la presencia de nuestros samaritanos y en la fuerza de nuestra voluntad. Sin embargo, otros parecen no terminar nunca, como si nos fueran a acompañar hasta el final. De hecho, el desierto de Israel duró una generación, y ninguno de los que salió de Egipto entró en la tierra prometida.

Este dato parece advertirnos que, en determinadas ocasiones, vamos a encontrar en nosotros desiertos que no necesitan de fuerza de voluntad, sino de humildad para reconocernos frágiles vasijas de barro, como decía Pablo. A veces se tratará de una enfermedad crónica, otras de una situación irresoluble que nos acompaña, otras de algún pecado que nos vence de continuo… En esas situaciones lo que primero aparece en nuestro corazón es la queja e incluso el resentimiento.

Sin embargo, el camino en estas situaciones desérticas es confiar en que mientras caminamos por ellas podemos acompañarnos mutuamente y ofrecernos fragmentos de vida buena, bella, amable… y disfrutarla. Y también confiar humildemente en que quien nos puso en camino hacia la vida plena finalmente abrirá las puertas de la tierra prometida que dejó grabada en nuestro corazón.

Un ejercicio sencillo para hacer en estos días es coger un rosario y repetir, unidos a toda la humanidad, dando vueltas a las cuentas: Señor, mira nuestra fragilidad y nuestro pecado y ten misericordia de nosotros.


Ilustración de Estelí Meza.

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