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Mostrando entradas de agosto, 2020

Asunta. Cuento para la Festividad de la Asunción de María

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Su pálida piel reflejaba la frágil vida que la habitaba. Más de una vez había tenido que permanecer en cama herida por razonamientos oscuros que habían atravesado su piel como una espada. Y es que la oscuridad era su más terrible enemiga y su más cercana y acechante compañera. Su tiempo no era el mediodía donde las gentes exhibían la fuerza de su palabra y sus negocios sin ninguna discreción, y la luz solo mostraba el fluir de apariencias irreales; ni la noche donde todos ocultaban su verdad con una desinhibición irracional que el amanecer siempre quiere olvidar. Ella vivía en el claroscuro rutinario del día donde las alegrías conviven con las lágrimas y sabe compartirlas, y las tristezas consiguen esbozar alguna que otra sonrisa que ilumina los caminos. En ese claroscuro donde la vida es real, donde las horas no se pueden envolver con sueños imposibles, pero ofrecen siempre algún que otro minuto de luminosidad discreta e inesperada que da esperanza. Nacida albina a veces pensó si

Reflexión sobre el evangelio del domingo XXI (Mt 16, 13-20)

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La confesión de fe de Pedro que escuchamos en el evangelio de hoy va acompañada de una bienaventuranza que Jesús proclama sobre él. La manifestación de la misión de Pedro de decir y sostener la fe parece ir acompañada de una bendición de Dios. Lo mismo sucede en el episodio de la anunciación del evangelio de Lucas en el que la misión de María va acompañada por la bienaventuranza que proclama Isabel sobre ella en el episodio siguiente. "Dichoso tú, Pedro"; "Dichosa tú María". "Dichosos porque habéis creído". Sin embargo, todo sería demasiado irreal si la cosa terminara ahí. Un tercer momento se une a estos dos primeros situando la confesión y la bienaventuranza en medio de la contradicción del mundo que todos experimentamos. “A ti, una espada te atravesará el corazón”, le dice Simeón a María; “Ponte detrás de mí, Satanás, y no rechaces mi cruz”, le dice Jesús a Pedro. El evangelio, la buena noticia de Dios, se inscribe así en un mundo habitado por una d

Reflexión sobre el evangelio del domingo XX (Mt 15, 21-28)

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Demasiado rápidamente pensamos que la percepción que tenemos de las cosas coincide con su verdad. Sin embargo, nuestra forma de mirar y de sentir es deudora de una historia que nos ha hecho fijarnos en unas cosas y no en otras, valorar determinadas realidades y despreciar otras, y todo ello de manera inconsciente. Fácilmente estas percepciones quedan en nosotros como si fueran verdades absolutas. Algunas nos hacen sentir cómodos, otras nos generan intranquilidad e incluso angustia. Con Dios pasa algo similar, su imagen está mezclada en nosotros con estas ideas nuestras que hacen que su presencia no sea del todo lo que él quiere, sino también una fuente de justificación de nuestros juicios y divisiones, de nuestros sentimientos de superioridad o de nuestros miedos a no ser nada ni valer nada. De esta manera se convierte en un ídolo o en un fantasma irreal y pernicioso. En el evangelio de hoy Jesús construye, como otras veces hicieron los profetas (ver, por ejemplo, Ezequiel 12, 1-12

Pequeño pentecostés veterotesamentario (Domingo XIX. Ciclo A)

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El episodio de Elías que escuchamos este domingo en la liturgia (1Re 19, 9-13) es un pequeño pentecostés en el que el Espíritu de Dios entra en lucha con el espíritu del hombre para que este alcance a comprender lo que le da vida y lo que se la quita. El episodio sucede en una cueva y de noche. Es precisamente así como se encuentra Elías. Su cerrazón fanática en la lucha contra los profetas de Baal le ha dejado a oscuras, separado de Dios, en un callejón sin salida. El camino que traía no era el camino de Dios. Esa lucha en la que trataba de imponerse frente a los otros, que se esconde bajo capa de fidelidad al Señor, le aleja de los demás y de Dios mismo. Dios le invita a salir de la cueva, pero él sigue dentro como si, incluso escuchando al Señor que le busca, no quisiera salir de su propia ceguera (es tan fácil comprenderlo mirando nuestra vida). Pero el Señor, adentrándose en su oscuridad, le va a hacer comprender que su fuerza no está en la violencia (viento huracanado, terremoto,

Luz de Luz (Relato apócrifo para la fiesta de la Transfiguración)

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Todavía se podían encontrar en nuestras bibliotecas libros que hablaban de una claridad diáfana con la que determinados días la luz podía visitar la ciudad sembrando su brillo incluso en el rostro de las cosas. Sin embargo, esta claridad se había hecho extraña, esquiva y solo conocíamos aquella otra claridad difuminada, contaminada por el peso de la torpe actividad humana en nuestro medio ambiente, que impregnaba también nuestro corazón arrancándonos la vitalidad, y que no nos permitía ver con nitidez la figura real de nuestro mundo. Decían estos libros, apenas solicitados ya, que la luminosidad con que esos días vestía la mañana otorgaba una belleza interior a las cosas y a las personas a la que incluso el más obtuso no podía cerrar los ojos y asombrarse de todo lleno de felicidad. En aquel ambiente, los que seguían leyendo esos textos no sabían a ciencia cierta si aquella luz había sido alguna vez real o si era el fruto de un sueño poético en una ciudad en la que el aire nunca deja