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Mostrando entradas de agosto, 2021

LAS MANOS SUCIAS (Cuento)

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¿Por qué tus discípulos comen el pan con manos impuras? (Mc 7, 5) Después de unos meses en la parroquia, Felipe, el párroco, viendo que la gente no sabía si podía o debía o estaba preparada para acercarse al Señor, anunció que el siguiente domingo se pondría a la puerta a decir a cada uno si entraba o no. Esto causó mucha inquietud a los parroquianos, pero a la vez les tranquilizó pues sabrían a qué atenerse a partir de entonces.  Llegó el domingo y se empezaron a acercar a misa los parroquianos encontrando que Don Felipe, tal y como había dicho allí estaba en la puerta de la Iglesia. A medida que llegaban les pedía que le enseñaran las manos y solo dejaba entrar a los que las tenían sucias. Al llegar uno y mostrar sus manos limpias, el párroco le dijo: - Hoy no puedes entrar, unas manos tan limpias seguro que esconden algo. Uno de los que habían entrado en ese momento miró hacia atrás y comentó con el que estaba a su lado: - Ya era hora de que pusieran en su sitio a ese hip

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Dt 4, 1-2. 6-8; Sal 14, 2-5; Sant 1, 17-18. 21b-22. 27; Mc 7, 1-8a. 14-15. 21-23)

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“¿Por qué tus discípulos comen el pan con las manos impuras?”, le preguntan a Jesús. ¿Por qué lo hacemos? ¿O es que ya hemos dejado de hacerlo y hemos vuelto a ritos para escondernos de nosotros mismos viviendo ante Dios de apariencias? Nunca ha sabido el ser humano presentarse ante Dios y ante los demás tal y como era. Ya nuestros padres Adán y Eva se dirigieron al Señor escondiéndose bajo unas frondosas ramas. Y, aunque ya entonces quedó claro que no hay quien esconda la debilidad de la carne y sus debilidades ante Dios, no hemos dejado de intentarlo, revistiéndonos con ritos tramposos. Podemos dar apariencia de gloria a nuestra presencia, pero no podemos arrancar de la impureza de nuestro ser. Somos impuros por imperfectos e impuros por propensión al mal. Y hemos de reconocerlo si queremos tener relaciones verdaderas con los demás, pues de lo contrario siempre viviremos escondiéndonos de los demás, de nosotros mismos y del mismo Dios, que es el que nos puede revestir con la pureza

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Jos 24, 1-18; Sal 33, 2-23; Ef 5, 21-32; Jn 6, 60-69)

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Cuando era pequeño la carne “se me hacía bola” (decía) y no hacía más que darle vueltas en la boca sin tragarla. Quería devolverla al plato y comer algo más sencillo de masticar, de asimilar. A veces mi madre me dejaba, otras me la cortaba en trozos más pequeños, pero había que comerla. Siempre he pensado que esta era una buena imagen de nuestra relación con el evangelio. “Este modo de hablar es duro. ¿Quién puede hacerle caso?”, comentan gente cercana a Jesús en el evangelio de hoy.  Es muy importante que no dejemos reducir nuestra fe a un cristianismo devocional/sentimental. Porque este, reducido a sí mismo, nos aleja de la escucha de las palabras de Jesús y de la contemplación de su forma de vida cuando estas se alzan ante nosotros como una crítica de nuestra falta de fe y de amor, y de esta manera termina por privarnos de la fuerza de vida que puede ofrecernos. Hemos de admitir que todos llevamos una parte de incredulidad en el corazón que no deja que nos fiemos del evangelio y

CUENTO PARA LA FIESTA DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA

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Ahora que se había jubilado, Rufo se sumaba todas las mañanas al rezo del Ángelus con su mujer. Nunca había sido de muchas oraciones y no pocas veces se le iba el santo al cielo mientras las repetía. Y así fue que aquel martes cuando su mujer dijo: El ángel del Señor anunció a María , él vio cómo una mujer mayor salía de una pequeña casa después de haber desayunado un poco de pan y unas aceitunas con el que parecía ser su hijo.  - ¿Dónde vas? –le preguntó este. - No sé, Juan, a dar un paseo –respondió mirándole con afecto y gratitud. Era de mañana y todo Éfeso parecía dormir aún. Aunque a María le parecía que, incluso en pleno bullicio, la gente de esa ciudad estaba dormida. Tomó la calzada romana rumbo a las afueras y como a dos estadios se encontró con Lidia que volvía en su carruaje de la villa donde había pasado el último mes. - Buenos días, María. ¿Dónde vas tan pronto? (Las dos mujeres se conocían de las reuniones dominicales para las que esta última prestaba su casa). - No sé, h

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (1Re 19, 4-8 16; Sal 33, 2-9; Ef 4, 30–5, 2; Jn 6, 41-51)

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Desde siempre los hombres religiosos han desconfiado de que el mundo y la propia vida, dada su limitación, su pobreza, su fragilidad, su fealdad, etc. den de sí para contener a Dios. Por eso han percibido la presencia de Dios fundamentalmente en lo que el mundo tiene de permanente, de fuerte, de hermoso. Esto responde a una intuición verdadera pero limitada que termina por dividir el mundo entre lo que sería asumible por Dios y lo que es rechazable, lo que es el espacio propio de Dios y lo que está dejado de su mano. Una división que nos ciega para ver su verdad más profunda en relación al mundo, a saber, que todo es obra de sus manos, que todo es amado, que todo está llamado a participar de su gloria.  Esta es la revelación que se ha ido abriendo paso a través de los siglos y que llega a su culmen en la vida de Jesús, en la qua la creación y la vida, tal cual es, acontece como manifestación de una presencia de Dios como amor que acompaña, envuelve y plenifica. Ahora bien, para recon