DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Jos 24, 1-18; Sal 33, 2-23; Ef 5, 21-32; Jn 6, 60-69)
Cuando era pequeño la carne “se me hacía bola” (decía) y no hacía más
que darle vueltas en la boca sin tragarla. Quería devolverla al plato y comer
algo más sencillo de masticar, de asimilar. A veces mi madre me dejaba, otras me
la cortaba en trozos más pequeños, pero había que comerla. Siempre he pensado
que esta era una buena imagen de nuestra relación con el evangelio. “Este modo
de hablar es duro. ¿Quién puede hacerle caso?”, comentan gente cercana a Jesús
en el evangelio de hoy.
Es muy importante que no dejemos reducir nuestra fe a un cristianismo
devocional/sentimental. Porque este, reducido a sí mismo, nos aleja de la
escucha de las palabras de Jesús y de la contemplación de su forma de vida cuando
estas se alzan ante nosotros como una crítica de nuestra falta de fe y de amor,
y de esta manera termina por privarnos de la fuerza de vida que puede
ofrecernos.
Hemos de admitir que todos llevamos una parte de incredulidad en el
corazón que no deja que nos fiemos del evangelio y que hace, como dice la
expresión popular, que “nos hagamos trampas en el solitario”, es decir, que creamos estar cerca de Jesús estando lejos de su forma de vida. Dice el evangelio que
Jesús “sabía quién le iba a entregar”, es decir, que conoce la parte de nosotros
mismos que le rechaza, pero antes de acusarnos nos invita a perseverar con una
pregunta: “¿También vosotros queréis marcharos?”.
Es muy importante para el crecimiento de nuestra fe identificar esa
parte de nuestra vida que no quiere saber nada del evangelio, porque la hay (en
la primera lectura vemos cómo todo el pueblo de Dios hizo voto de ser del Señor,
y solo hace falta seguir leyendo más allá del texto de hoy para ver que todos
cayeron). Y después de identificarla comenzar a luchar con ella pidiendo la
ayuda de Dios.
La experiencia de la dulzura del Señor, de la que nos habla la
antífona del salmo, se descubre después de abrazar el evangelio: unas veces
como en un baile, otras como en una lucha. Si lo hacemos él nos abrazará a nosotros
y podremos decir: “¿A dónde vamos a ir si solo tú tienes palabras de verdadera
vida?”.
Pintura La puerta estrecha, autor desconocido.
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