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Mostrando entradas de septiembre, 2021

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Num 11, 25-29; Sal 18, 8-14; Sant 5, 1-6; Mc 9, 38-48)

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El evangelio de hoy termina con unas indicaciones que parecen excesivas. ¿Hay que cortarse la mano o arrancarse el ojo si nos incitan a pecar? Se me ocurre que Jesús está intentando cortar vías de huida a nuestro afán por vivir un cristianismo light. No se puede ser de los suyos sin una lucha sin cuartel contra el pecado (podríamos identificar la mano con la codicia y el ojo con la envidia, por ejemplo). Su evangelio no es para los que se conforman con una misericordia que no toma en serio que el pecado nos destruye, y se esconden diciendo que la santidad es solo para algunos elegidos de Dios a los que les da una fuerza especial. ¿A quién le gustaría encontrar un médico que se compadeciera de él y le dijera que está de su parte, pero que no le diera un tratamiento para luchar contra la enfermedad? Pero todos sabemos que podemos necesitar un tratamiento altamente agresivo con nuestro cuerpo si queremos sanar. Sabemos por Jesús que Dios ensancha la puerta de su Reino para que puedan en

EL COMBATE PERPETUO

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A raíz de la salida de la coalición internacional de Afganistán y de la toma del país por los talibanes, y después de oír a un alto militar español que estuvo allí decir que no hay quien aguante el cansancio y la apatía de tantos años gastando dinero y trayendo muertos, vengo a pensar lo siguiente sobre la guerra que estamos librando todos. Si dejo de buscar el silencio para respirar a Dios, el ruido invadirá un poco más el mundo haciéndonos olvidar quiénes somos realmente. Si me olvido de compartir algo de mi tiempo y mi dinero cada día, cada mes, cada año, los muros del mundo crecerán hasta hacernos olvidar que todos somos hermanos. Si dejo de hacer lo que es justo porque soy el único que lo hace, el mundo se irá transformando en un supermercado donde todo se compre y se venda. Si dejo de luchar contra las justificaciones de mis equivocaciones, el mundo se convertirá en un escondite de mentirosos. Si dejo de protestar contra lo que es injusto, también si lo realizan los que considero

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Sab 2,12.17-20; Sal 53,3-8; Sant 3,16–4,3; Mc 9,30-37)

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En aquel tiempo se marcharon de la montaña y atravesaban Galilea”, dice el evangelio. O lo que es lo mismo para nosotros: Dejamos nuestros encuentros religiosos con Dios y venimos a caminar por nuestros espacios de vida. Y, ¿qué pasa? Que nos encontramos con que la palabra que escuchamos al Señor tiene dificultades para mezclarse con los intereses de nuestra vida. Es este caso, el Señor habla de su camino en fidelidad cueste lo que cueste y los discípulos hablan de estrategias para alcanzar el poder sobre la realidad. Cuando esto sucede, en una u otra forma, Jesús deja de ser el Señor que guía nuestra vida y se convierte en un pequeño ‘spa’ para descansar, en el que el hilo musical no son sus palabras, sino el eco de lo que queremos oír: ‘no pasa nada’, ‘todo va a ir bien’, ‘el Señor está de tu parte’… Pero Jesús rompe, con una pregunta y una mirada, esta inercia que tan fácilmente nos apresa: ¿De qué veníais hablando por el camino? ¿De lo que yo os decía o de vuestras cosas? Y vuelv

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Is 50, 5-9a; Sal 114, 1-9; Sant 2, 14-18; Mc 8, 27-35)

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“Tú eres el Mesías”, confiesa Pedro con firmeza ante Jesús y ante los demás discípulos, convencido de que en él ha descubierto la presencia que da vida al mundo, la presencia donde él mismo puede alimentar las esperanzas que habitan su corazón. Algunos siglos después san Agustín afirmaba lo mismo de otra manera: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".  Sin embargo, aunque de distintas maneras, ambos tuvieron que ajustar cuentas con las sombras que habitan nuestra existencia y que parecen ocultar el camino hacia esa fuente de vida que brota de Dios y que se abre a nosotros en Cristo. Intuimos la verdad y somos cegados por los intereses y las mentiras del mundo; somos atraídos por la belleza, pero somos seducidos por lo que hace resplandecer y da relevancia a nuestro yo más ensimismado; apreciamos la amistad y el amor, y nuestra torpeza y nuestros miedos continuamente minan sus posibilidades; admiramos la bondad y sentimos cómo al co

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Is 35, 4-7a, 12. 27-33; Sal 145, 7-10; Sant 2, 1-5; Mc 7, 31-37)

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Traen hoy un sordomudo para que Jesús le imponga las manos, pero Jesús no hace lo que le dicen, como si no quisiera bendecir una situación que esconde algo perverso. ¿Basta decir que este hombre es amado de Dios y que todo siga igual? ¿Basta curarlo y que se integre en la vida de los que le traían? Creo que el evangelio de hoy nos lleva más lejos de una simple bendición o una simple curación. Jesús realiza con el sordomudo  un gesto   que hará igualmente con el ciego de Betsaida: lo aparta de la gente . ¿Por qué? Si leemos el texto desde nuestra situación, podríamos reconocer que estamos en la misma posición de ese hombre, la de “un sordo que apenas podía hablar”. ¿No somos una sociedad llena de palabras y ruidos que apenas sabe escuchar?, ¿no somos una sociedad cada vez más llena de preguntas para las que apenas sabemos pronunciar una palabra densa de sentido? Si es así, el problema es más grave que una deficiencia física. Y es aquí donde Jesús actúa apartando al sordomudo de la gente