DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Is 50, 5-9a; Sal 114, 1-9; Sant 2, 14-18; Mc 8, 27-35)
“Tú eres el Mesías”, confiesa Pedro con firmeza ante Jesús y ante los
demás discípulos, convencido de que en él ha descubierto la presencia que da
vida al mundo, la presencia donde él mismo puede alimentar las esperanzas que habitan su
corazón. Algunos siglos después san Agustín afirmaba lo mismo de otra manera:
“Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse
en ti".
Sin embargo, aunque de distintas maneras, ambos tuvieron que ajustar
cuentas con las sombras que habitan nuestra existencia y que parecen ocultar el
camino hacia esa fuente de vida que brota de Dios y que se abre a nosotros en
Cristo. Intuimos la verdad y somos cegados por los intereses y las mentiras del
mundo; somos atraídos por la belleza, pero somos seducidos por lo que hace
resplandecer y da relevancia a nuestro yo más ensimismado; apreciamos la amistad
y el amor, y nuestra torpeza y nuestros miedos continuamente minan sus
posibilidades; admiramos la bondad y sentimos cómo al contacto con la dureza
del mundo se desvanece la fuerza que necesita nuestra voluntad para sostenerla;
atisbamos la alegría que podríamos dar y recibir, pero siempre encontramos
razones para volver a la tristeza y la amargura.
Y así nos vemos en la posición de Pedro atraídos por Jesús y
enfrentados a él y a la vida que nos ofrece. Y entonces descubrimos hasta qué
punto necesitamos salvación para que la vida en su resplandor más profundo se
refleje en nosotros; descubrimos hasta qué punto necesitamos no unos consejitos
de homilía pía, sino una terapia profunda que arranque de nuestro ser el cáncer
de sombras que nos habita. Una terapia que pasa por tomar la cruz de Jesús: la
cruz de su animosa humildad, de su entrega fraternal, de su perdón vivificante,
de su confianza sobreabundante. Es bajo esta terapia como la vida que muere a
este mundo renace para una existencia eterna sin huir, sino haciendo brotar a
su alrededor esperanza de futuro.
“Señor, tu sabes que te quiero. Arranca mi alma de la muerte, mis ojos
de las lágrimas, mis pies de la caída”.
Cruz de bronce: Creación.
Comentarios
Publicar un comentario