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Mostrando entradas de agosto, 2023

DOMINGO XXI. CICLO A. (Is 22, 19-23; Sal 137, 1-8; Rom 11, 33-36; Mt 16, 13-20)

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Si bien los creyentes sentimos que la fe pertenece a nuestra vida como algo natural, entre ella y nosotros siempre hay una distancia. Incluso si nunca estuvimos sin ella (como sucede en alguno de nosotros) es siempre un don sobreabundante, y si parece sólida y profundamente arraigada, no es extraño que en algunos momentos parezca diluirse y hacerse insustancial. Por eso, cuando nos sentimos habitados por ella hemos de sentirnos bendecidos y agradecerla, como le hace saber Jesús a Pedro: “Bienaventurado tú, porque esto te lo ha revelado mi Padre”. Y no solo eso, la fe, que nace habitualmente como un arraigo afectivo hacia Dios asociado a un conjunto de ideas más o menos ciertas, debe ser purificada de continuo para adquirir su verdadera forma, porque demasiadas veces se queda a medio camino sin revelarnos (e incluso ocultando) la verdadera imagen de Dios y nuestra verdadera vocación. Esto se hace dejando que Jesús nos vaya educando la forma de mirar a Dios, al mundo y a nosotros mismo

DOMINGO XX. CICLO A. (Is 56, 1.6-7; Sal 66, 2-3.5.6.8; Rom 11, 13-15.29-32; Mt 15, 21-28)

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Una de las cosas realmente difíciles de aprender en la vida es que todo es un don inmerecido, que “todo es gracia”. Como mucho llegamos a reconocer que la realidad es gracia ‘mitad y mitad’, algunas cosas nos las dan, Dios o los otros, y otras las ponemos nosotros; o que a veces no mereceríamos algo que se nos da, pero otras veces sí, claro que sí. El episodio de hoy, en un diálogo en principio difícil de entender entre Jesús y la cananea, conduce a que la mujer exprese esa fe que afirma que frente a Dios la vida y las bendiciones que la habitan son siempre un don inmerecido, gratuito, sobreabundante. Ahora bien, no es que esto sea así para esta mujer cananea y no para los discípulos, que siendo judíos lo merecerían, ¡no! La mujer aparece como lugar de aprendizaje de la fe para los discípulos: “¡Qué grande es tu fe!”, dice Jesús delante de ellos. Ella es un recordatorio a los discípulos de que, si Dios los ha creado, ha repartido sus talentos entre ellos y los ha elegido como compañe

DOMINGO XIX. CICLO A. (1Re 19, 9a.11-13a; Sal 84, 9-14; Rom 9, 1-5; Mt 14, 22-33)

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Para comprender el evangelio de hoy es necesario salir de esa mirada que nos hace leer los evangelios como simples descripciones del itinerario de Jesús. En este leemos, más bien, el itinerario de la Iglesia en sus primeros decenios. Todo lo que los discípulos vivieron con Jesús: su cercanía continua, la percepción atenta de las angustias que les afligían, su vinculación íntima con el Padre, la serenidad profunda y poderosa que le hacía atravesar la violencia sin caer preso de ella y, finalmente, la fuerza de vida y amor sobreabundante que habían experimentado al reconocerle vivo tras la muerte; todo esto venía ahora a la memoria de las primeras generaciones de creyentes que habían acogido su llamada a vivir mostrando la potencia salvífica del Reino de Dios que había llegado con Jesús. Ahora ellos debían atravesar el mundo sin dejarse abrazar por sus artimañas y abrazándolo con el mismo espíritu de Jesús. Y esto no era fácil. El texto expresa esta situación de la comunidad que siente (

DOMINGO XVIII. CICLO A. FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN (Dn 7, 9-10. 13-14; Sal 96; 2Pe 1, 16-19; Mt 17,1-9)

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Steve Wonder comienza una de sus canciones más conocidas diciendo: You are the Sunshine of my Life, “Eres el sol de mi vida”, y sigue: “si sintiera que nuestro amor ha terminado me ahogaría en mis propias lágrimas”. Algo de esto nos dice hoy el evangelio. Algunos de los discípulos de Jesús han alcanzado a comprender que en Cristo la presencia luminosa con la que Dios quiso acercarse a nuestras vidas (“Qué haya luz”, fueron sus primeras palabras) se cumple, y que en su compañía las tinieblas quedan vencidas, no tienen lugar donde esconderse, donde existir. El evangelio de hoy habla entonces de nuestra esperanza en Jesús, en el que la vida se hace luminosa, plena, y donde las tinieblas son vencidas, por más que le hayan envuelto con sus mentiras, odios y maledicencias. Su presencia enjuga toda lágrima; y junto a él ya no hay más muerte, ni más llanto, ni dolor.   Pero si creemos esto y podemos decirle: “Tu luz nos hace ver la luz”, lo hacemos sabiendo que en él vemos el futuro y no sie