DOMINGO XIX. CICLO A. (1Re 19, 9a.11-13a; Sal 84, 9-14; Rom 9, 1-5; Mt 14, 22-33)

Para comprender el evangelio de hoy es necesario salir de esa mirada que nos hace leer los evangelios como simples descripciones del itinerario de Jesús. En este leemos, más bien, el itinerario de la Iglesia en sus primeros decenios.

Todo lo que los discípulos vivieron con Jesús: su cercanía continua, la percepción atenta de las angustias que les afligían, su vinculación íntima con el Padre, la serenidad profunda y poderosa que le hacía atravesar la violencia sin caer preso de ella y, finalmente, la fuerza de vida y amor sobreabundante que habían experimentado al reconocerle vivo tras la muerte; todo esto venía ahora a la memoria de las primeras generaciones de creyentes que habían acogido su llamada a vivir mostrando la potencia salvífica del Reino de Dios que había llegado con Jesús.

Ahora ellos debían atravesar el mundo sin dejarse abrazar por sus artimañas y abrazándolo con el mismo espíritu de Jesús. Y esto no era fácil. El texto expresa esta situación de la comunidad que siente (incluso entre dudas y dificultades) que el Señor sigue con ella vivo y victorioso, invitándoles a caminar juntos pues es fácil ahogarse sin la compañía de la comunidad (la barca).

Por eso, cuando este domingo nos reunamos y confesemos el nombre de Jesús, cuando pongamos nuestros deseos de seguirle juntos y nuestras dificultades para hacerlo en sus manos, el texto cobrará vida y podremos sentir su palabra: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.


Pintura de Peter Koenig, Jesús andando sobre las aguas

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