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Mostrando entradas de marzo, 2022

DOMINGO IV DEL TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C (Jos 5,9-12; Sal 33,2-7; 2Cor 5,17-21; Lc 15,1-3.11-32)

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No pocas veces los creyentes sentimos que el mundo está perdido, que apenas tiene solución, que un espíritu de lejanía de Dios ha atrapado a los hombres y los empuja a dilapidar la herencia recibida en una espiral de vanidad, prepotencia y ensimismamiento. Esta mirada crea en nuestro corazón, a partir de una verdad evidente, dos mundos irreconciliables. El de los otros, sometidos a este espíritu del mundo, y el nuestro en el que no habríamos sucumbido o en el que, al mantenernos en vela y lucha, seríamos más de Dios. Sin embargo, la mirada de Dios no se sitúa de esta manera. Cada día asoma con su misericordia esperando encontrar la forma de reunirse con ese mundo lejano que, incluso cuando está contra Él, siempre siente como suyo. Y demasiadas veces nuestro corazón creyente no percibe el latido del corazón de Dios siempre anhelante de que los suyos, incluso si no le reciben, sigan siendo suyos, de su vida, de su amor. Y este es el sentido de la encarnación del Hijo que podría resum

GEOGRAFÍAS DEL AMOR HUMANO Y DIVINO

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Aunque no seamos conscientes del hecho, en cuanto nos hacen pensar en ello nos damos cuenta que existe una geografía del amor humano, es decir, espacios concretos en los que este amor se expresa, se recuerda, se revive. Paradójicamente sin esta geografía el amor, que es siempre una experiencia espiritual, este se diluye. Esta geografía existe en todos los tipos de amor. El amor al propio pueblo o al barrio que se concreta en la memoria de algunas esquinas, de algún parque, de alguna calle que acogió las andanzas de nuestra vida y que al coincidir con ella nos hace reconocer lo que somos; el amor a nuestro hogar con su propia configuración, baste recordar la canción  Aquellas pequeñas cosas  de Serrat con la que es tan fácil identificarnos; y el amor a las personas, con los momentos rituales que lo definen: un paseo habitual, una tradición arraigada, una forma de tocar, etc.  Esto mismo sucede, en ambas direcciones, con el amor entre Dios y nosotros. Por su parte esta geografía coinci

DOMINGO III DEL TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C (Ex 3, 1-15; Sal 102, 1-11; 1Cor 10, 1-6.10-12; Lc 13, 1-9)

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A veces Jesús da miedo. Y es bueno no salir corriendo y olvidar esta sensación entregando nuestra vida cristiana al estribillo superficial de que Jesús es bueno. Porque la versión de la bondad que ha creado nuestra mediocridad no está a la altura de su vida. En el evangelio de Marcos la expulsión de los mercaderes del templo se enmarca por el recuerdo de una higuera en la que Jesús buscó fruto y al no encontrarlo la desechó como obra de Dios de forma que terminó seca. Lucas no refiere este hecho y parece convertirlo en la parábola que hoy se proclama en el evangelio y en que atrasa el juicio sobre nuestra infecundidad dándonos tiempo para hacernos fecundos, para alimentar a los que buscan un poco de vida en nosotros, y no terminar siendo una obra fallida de Dios. Se trata en los dos casos de una parábola, en el primero ofrecida en forma de gesto en el segundo contada en forma de narración.   Hemos de sentir el miedo a frustrar nuestra vida, a terminar siendo nada de nada, a agotarn

DOMINGO II DEL TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C (Gen 15, 5-12.17-18; Sal 26, 1-14; Filp 3,17-4,1; Lc 9, 28b-36)

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La vida cristiana tiene ritmo y progresión porque, como apunta la cuaresma, se trata de dejar que Dios nos recree y plenifique desde el polvo de la tierra (miércoles de ceniza) hasta la vida plena de la resurrección (misterio pascual). Por eso, también puede volverse caótica y marchitarse. Hoy, el evangelio nos ofrece algunos elementos de este ritmo. El primero y fundamental es la compañía atenta a Jesús y su palabra, la atención cercana a su ser y sus gestos.  “Unos ocho días después”, así empieza el evangelio, como adelantando el ritmo dominical de reunión de los creyentes en torno a Jesús. Es ahí donde la vida se vivifica y crecemos “en sabiduría ante Dios y ante los hombres”. Dejar este ritmo es comenzar a dejarnos conformar por el caos de la vida y comenzar a ser educados por otros señores. (Digamos que esto significa que la reunión debe tener una calidad que se ajuste a la presencia de Cristo y su forma de ser, lo cual a veces no es tan claro que se dé). Este encuentro, donde

DOMINGO I DEL TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C (Dt 26, 4–10; Sal 90, 1-15; Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13)

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En el Evangelio de hoy, el Espíritu de Dios parece actuar en Jesús como un verdadero psicoanalista. No hace más que, con su presencia, llevar a Jesús a lo más profundo de su humanidad donde las fuerzas oscuras que nos habitan toman el control sobre nosotros desquiciando la vida, sacándola de sus quicios verdaderos, convirtiéndola en un lugar de miedo, angustia, soledad y violencia. Así el Espíritu, discretamente, va haciendo percibir el origen de los males del mundo en el propio interior de Jesús y, cuando parece que lo deja solo ante ellos, se convierte en el aliento de sus palabras salvíficas. De esas palabras que, incluso oprimidas, pronuncian el camino verdadero de la vida: “No solo de pan vive el hombre”, “solo adorarás a Dios, porque solo él es Dios”, “confiarás y no tentarás al Señor”.  Y Jesús se deja llevar allí, realmente esto es la encarnación, para revivir nuestra vida de otro modo, con la fuerza filial del Espíritu, con el Aliento proexistente del amor de Dios. Quizá l