DOMINGO III DEL TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C (Ex 3, 1-15; Sal 102, 1-11; 1Cor 10, 1-6.10-12; Lc 13, 1-9)

A veces Jesús da miedo. Y es bueno no salir corriendo y olvidar esta sensación entregando nuestra vida cristiana al estribillo superficial de que Jesús es bueno. Porque la versión de la bondad que ha creado nuestra mediocridad no está a la altura de su vida.

En el evangelio de Marcos la expulsión de los mercaderes del templo se enmarca por el recuerdo de una higuera en la que Jesús buscó fruto y al no encontrarlo la desechó como obra de Dios de forma que terminó seca. Lucas no refiere este hecho y parece convertirlo en la parábola que hoy se proclama en el evangelio y en que atrasa el juicio sobre nuestra infecundidad dándonos tiempo para hacernos fecundos, para alimentar a los que buscan un poco de vida en nosotros, y no terminar siendo una obra fallida de Dios. Se trata en los dos casos de una parábola, en el primero ofrecida en forma de gesto en el segundo contada en forma de narración. 

Hemos de sentir el miedo a frustrar nuestra vida, a terminar siendo nada de nada, a agotarnos en nuestro propio ensimismamiento. Y hemos de reconocer que hoy lo que realmente nos da miedo no es perdernos (ir al infierno, como dirían los clásicos), sino convertirnos. Pasar por el fuego del desasimiento, del descentramiento de nosotros mismos, el miedo a vivir pensando en los demás como el mismo Jesús; el miedo a lo que esto supondría en nuestra forma de vida. ¿Tendremos tiempo en la cuaresma para reflexionar sobre este miedo?, porque esto es a lo que nos invita el evangelio.

Mientras tanto, seguimos celebrando la eucaristía y Cristo, como el viñador de la parábola de Lucas, sigue entrecavándonos y alimentándonos en ella con su vida; ¡sin desesperar!



Pintura: Tony Tiger, Árbol muerto.

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