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Mostrando entradas de enero, 2022

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Jer 1, 4-5.17-19; Sal 70, 1-4a.5-6.15.17; 1Cor 12,31-13,13; Lc 4, 21-30)

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“Hoy se ha cumplido la Escritura que acabáis de oír”. No ayer ni mañana, sino hoy. Aquí y ahora, en el momento en que Jesús se pronuncia para nosotros. Porque en ese mismo momento se abren las puertas del cielo y Dios sale a nuestro encuentro, porque en ese mismo momento su futuro de vida se nos ofrece como propio, porque en ese mismo momento se fija el camino de una vida verdadera y santa y de un horizonte imborrable, porque en ese mismo momento nuestros ojos, por fin, dejan su mirada ensimismada y contemplan el mundo en su auténtico sentido, el mundo como espacio de fraternidad viviente. Pero, de repente, como si una espina en la carne lo atravesara, el hoy de Cristo parece encogerse en nuestro corazón herido por nuestros dolores y pecados y volverse una visita inútil, una aventura irreal, una ensoñación infantil. Y pedimos pruebas y, en ese mismo instante, nuestra desconfianza va empujando a Cristo hacia el borde periférico de nuestro corazón, hacia las afueras de nuestra vida, y

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Neh 8,2-10; Sal 18,8-15; 1Cor 12,12-30; Lc 1,1-4; 4,14-21)

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Uno de los hechos que más nos hiere es que no nos dirijan la palabra. Cuando esto sucede sentimos que quedamos al margen de la vida, inutilizados por la indiferencia de los que nos rodean. Muchos en nuestro mundo sufren esta situación y todos tenemos miedo de que esto nos suceda. ¿Quién no ha tenido la sensación de haber sido olvidado (incluso si no es verdad) cuando no ha recibido una palabra que esperaba? Además, nuestras palabras son muy volubles, “se las lleva el viento” decimos. Experimentamos constantemente nuestra falta de voluntad para comprometernos con ellas, incluso con las más verdaderas. Y esto hace que la desconfianza en los demás tenga nido en nuestro corazón.   El evangelio de hoy, seguimos en el inicio del año litúrgico, nos recuerda que no estamos olvidados porque la Palabra de Dios se ha dirigido a nosotros. Dios mismo se ha vuelto para dirigirnos una palabra de vida. No como una palabra de aliento que nos atraviesa como un suspiro fugaz de alivio difuminándose ape

Un test de fe

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Uno de los apartados clásicos de determinadas revistas es el dedicado a ofrecer test para que sus suscriptores se conozcan mejor, cómo es su carácter o qué es aquello a lo que le dan más importancia, como es su relación familiar o de pareja, etc. Quizá fuera bueno que también nosotros, los creyentes, de cuando en cuanto, hiciéramos sencillos test que nos hicieran reconocer nuestra situación de fe. Algunas de sus preguntas serían muy similares a las de un test de relación de pareja: ¿Hablas con naturalidad con tu pareja de tus cosas?, ¿tus tiempos privados, son privados o ocultos y escondidos para ella?, ¿te sientes bien a solas con tu pareja o necesitas estar rodeado siempre de otros?, ¿le pides su opinión y aceptas que tenga repercusión en tu vida?, ¿aparece en tus conversaciones con otros sin pudor o vergüenza como parte de ti? Vale cambiar la palabra pareja por la palabra Dios. Al fin y al cabo, la relación con Dios tiene algo de relación conyugal que solo puede ser real y viva en u

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Is 62, 1-5; Sal 95, 1-10; 1Cor 12,4-11; Jn 2, 1-11)

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Seguramente si nosotros hubiéramos escrito el evangelio no habríamos empezado dibujando a Jesús como el que hace que la fiesta continúe, como el que da de beber incluso hasta el exceso. ¿No hubiéramos hablado de él como aquel que dice que bajemos un poco la intensidad de la fiesta y nos dediquemos a lo realmente importante, que está en juego nuestra salvación y la salvación del mundo?  Pero, ¿qué es la salvación? O, como la llama san Juan en su evangelio, ¿qué es la vida? Cuando oponemos estos términos el mundo ni nos comprende, ni nos escucha. Jesús empieza su ministerio sumándose a la fiesta de la vida: allí donde se vive el amor, allí donde se comparte y se expande, allí donde se celebra hasta la ebriedad. Como si dijera: el amor y la alegría y la amistad vienen de Dios. No hay resentimiento contra la vida, no hay envidia por una fiesta que él no celebrará. Jesús así nos enseña a reconocer, disfrutar y agradecer que incluso antes de que él aparezca (o que aparezcamos los cristia

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (CICLO C) Is 42,1-4. 6-7; Sal 28,1-10; Hch 10,34-38; Lc 3,15-16.21-22)

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Demasiadas veces hemos pensado que el principio de la acción de Dios era el final de nuestros tiempos, por eso muchas veces hemos interpretado las desgracias que nos afligen y que agotan nuestra vida como castigos de Dios por nuestras culpas. Sin embargo, la revelación cristiana afirma que el principio de la acción de Dios tiene que ver, por el contrario, con la escucha que hace de nuestro dolor, de ese dolor que produce todo aquello que nos destruye, provenga de nuestras propias acciones que se vuelven contra nosotros o del padecimiento del peso de la vida o la injusticia del mundo. Así una y otra vez, con distintas imágenes, la Escritura muestra cómo Dios visita a los hombres para abrir un camino en medio de situaciones donde el ser humano ya no hace pie y se hunde.   Al celebrar la fiesta del Bautismo del Señor podemos ver cómo toda su vida se sintetiza en esta pequeña escena. Podemos contemplar a aquél que ha entrado en las “aguas torrenciales de nuestra vida”, que las ha sufri

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (CICLO C) (Is 60, 1-6; Sal 71,1-13; Ef 3,2-3a.5-6; Mt 2,1-12)

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¿Qué rey busca otro rey para arrodillarse ante él? ¿Qué hombre busca a otro hombre para someterse a él? Es esta situación extraña que nos presenta el Evangelio, que se refuerza por las palabras engañosas de Herodes, que afirmando que quiere ir a adorarlo lo buscará para matarlo, la que puede abrirnos una puerta para entrar en el texto. De hecho, los que llamamos reyes no son reyes, sino magos o sabios. Y quizá quede todo dicho con esta anotación, pues de eso se trata, de descabalgarse de nuestras ínfulas de ser reyes de la vida y someternos a aquel que nos la da. Esta es la verdadera sabiduría cristiana, porque, como hemos escuchando en estos días en el prólogo de san Juan, “en él está la vida, y la vida es la luz de los hombres”. Por eso los magos, los sabios, transfieren a Jesús los signos de la realeza: el oro, el incienso y la mirra. Porque solo vividos por Jesús estos dones se hacen fuente de vida. Por eso, solo recibiéndolos de él, viviéndolos en su Espíritu, alcanzamos la real