Un test de fe
Algunas de sus preguntas serían muy similares a las de un test de relación de pareja: ¿Hablas con naturalidad con tu pareja de tus cosas?, ¿tus tiempos privados, son privados o ocultos y escondidos para ella?, ¿te sientes bien a solas con tu pareja o necesitas estar rodeado siempre de otros?, ¿le pides su opinión y aceptas que tenga repercusión en tu vida?, ¿aparece en tus conversaciones con otros sin pudor o vergüenza como parte de ti? Vale cambiar la palabra pareja por la palabra Dios. Al fin y al cabo, la relación con Dios tiene algo de relación conyugal que solo puede ser real y viva en una relación de diálogo, tiempos de intimidad personal y proyectos comunes.
Hay veces que la inercia de la vida
da por supuesta la calidad de la relación y un test de estos, como ahora el de
antígenos, puede hacernos ver que las cosas no van bien, que estamos enfermos,
con más o menos carga viral, más o menos afectados por distancias interiores
que separan siempre mucho más que las exteriores. ¿Y si Dios se hubiera ido
transformando en mí en una idea sin vida, en una referencia de fondo que no se
deja ver en mis cosas y que no suscita ninguna acción de gracias, ninguna
súplica, ninguna queja, ningún comentario sobre lo que me alegra o me preocupa?
Cuando esto es así es necesario
hacer cuarentena, y venir a centrarse en la relación para recuperarla, sin
pensar que será algo inmediato, pero forjándose un plan que también tiene sus
preguntas: ¿Cuándo vamos a hablarnos?, ¿cómo voy dirigiré la palabra?, ¿estaré
atento y receptivo a lo que me dice (en misa)?, ¿hay alguna situación a mi
alrededor a través de la cual me esté invitando a hacer algo conjuntamente, a
que haga algo con su mismo Espíritu?
Lo que tienen las relaciones, también la relación con Dios, es que
cuando más se las cuida más vida dan y cuanto más se las esquiva, más
superfluas o agobiantes parecen. Y nosotros elegimos.
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