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Mostrando entradas de mayo, 2022

DOMINGO VII DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C FIESTA DE LA ASCENSIÓN (Hch 15, 1-2. 22-29; Sal 66, 2-8; Apoc 21, 10-14.22-23; Jn 14, 23-29)

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Los hombres conocemos diversidad de cielos: el cielo protector, sereno, luminoso, acogedor como una bóveda que pacifica la vida, pero también la amenaza de un cielo arbitrario e indiferente a nuestras necesidades, un cielo oscuro y amenazador. Conocemos el cielo estrellado, bello y luminoso en su misma oscuridad, pero también el cielo invisible y opresivo de las noches que oscurece el corazón y lo llenan de miedos. Conocemos igualmente diversidad de nubes que lo adornan o lo ocultan: cirros fríos que, sin embargo, indican buen tiempo, cúmulos esponjosos que relajan la mirada que se eleva a la inmensidad del azul celeste, nimbos que se presentan siempre amenazantes, vestidos de un gris violento, llenos de agua incontrolada y dañina. Estas experiencias simples han servido a los hombres como signo de lo divino, como signo de un poder que los envolvía y que se presentaba ambiguo, que alternaba bendición y maldición, belleza pacificadora y violenta fealdad. Es en este contexto donde la fi

DOMINGO VI DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C (Hch 15, 1-2. 22-29; Sal 66, 2-8; Apoc 21, 10-14.22-23; Jn 14, 23-29)

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“El que me ama guardará mis palabras”, dice el Señor. Y agachando un poco la mirada quizá nos atrevamos a decir: “Señor, tu lo sabes todo, tú sabes que te amo”, con conciencia de que no siempre las hemos guardado. Seguramente deberíamos aceptar, sin dar lugar a componendas hipócritas, que la palabra del Señor, su misma vida, es siempre demasiado grande para nosotros, y que, por eso, siempre iremos detrás de él en un camino serpenteante que se entretiene una y otra vez con palabras que no dan vida, aunque nos resuelvan algunos problemas o nos den pequeños momentos de ‘gloria y gozo’.  Me atrevo a pensar que “guardar la palabra” no sería para Jesús simplemente cumplirla, sino que podría significar sobre todo atarse a ella, como Ulises se ató voluntariamente al mástil de su barco mientras pasaba entre Escila y Caribdis. Él lo hizo porque quería oír el canto de las sirenas mortales sin morir, nosotros sabiendo que incluso si no queremos escuchar sus palabras seductoras, nuestra voluntad

DOMINGO V DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C (Hch 14, 21b-27; Sal 144, 8-13; Apoc 21, 1-5a; Jn 13, 31-35)

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El amor de Dios, aquel que Jesús ha desplegado sobre el mundo, siempre tiene algo de paternal o maternal, pues tiene la cualidad de ser atraído, sobre todo, por los necesitados, por aquellos que experimentan bien la falta de algo necesario para vivir con holgura y serenidad, bien el peso de algo que les oprime y no les deja ser lo que están llamados a ser. Así, aunque es verdad que Jesús ha llamado a los discípulos ‘amigos’, en este momento especial, donde los deja a cargo de su misma misión de amor (“como yo os he amado, amaos también unos a otros”), les llama “hijitos”. Ahora bien, este amor no es paternalista, sino de ida y vuelta, por eso Jesús mismo, que ha venido a cuidar de ‘los suyos’, al mismo tiempo se deja cuidar por ellos, por eso su amor no es prepotente y no humilla. Y hay que tener esto muy en cuenta, porque demasiadas veces la preocupación por los demás esconde un cierto veneno en su interior, pues la vivimos, incluso sin querer, con una sensación escondida de superio

DOMINGO IV DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C (Hch 13, 14.43-52; Sal 99, 2.3.5; Apoc 7, 9.14b-17; Jn 10, 27-30)

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El profeta Isaías relata una conversación íntima entre Dios y su pueblo cuando este se queja de haber sido abandonado. En ella, el Señor afirma: “Mira, te llevo tatuado en la palma de mi mano” (49,16). Siempre ha sido así, se trata de una afirmación simbólica que remite a un acontecimiento real, a saber, que Dios no nos creó a las afueras de su vida, sino que nos fijó en su propia carne. Como dice Efesios: “Hemos sido creados en Cristo” (Ef 2,10). Así pues, nada sucede fuera del domino de Dios, aunque tantas veces lo parezca. Con la resurrección de Jesús esta carne nuestra, recogida en su propia vida, se ha manifestado no solo acogida por el afecto de Dios, sino participando gloriosamente de su propia vida. Y es así como se completa la revelación de lo que “estaba escondido desde la fundación del mundo” (Ef 3,9). Es este el contexto donde los cristianos escuchamos el evangelio de Juan que se proclama hoy y en el que en un fragmento bien pequeño se repite por dos veces que no seremos ar