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Mostrando entradas de noviembre, 2023

EN LA FIESTA DE CRISTO REY

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DOMINGO XXXIII. CICLO A. (Prov 31, 10-13.19-20.30-31; Sal 127, 1-5;1Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30)

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Hay una manera de escuchar la parábola de los talentos que no nos deja recibirla como buena noticia. Es olvidar que lo que el Señor da a cada uno es para que entremos en el gozo de su propia vida. A veces, parecemos comprender el don recibido como moneda de un negocio que tenemos que realizar: aprovechar bien los talentos para que después nos paguen con algo distinto. Sin embargo, cuando Jesús repite en la parábola por dos veces “entra en el gozo de tu señor”, al ver lo que ha dado de sí la vida de los dos primeros siervos, indica que estos ya saben lo que es esa vida de gozo. El gozo es la alegría de ver crecer la vida al mismo tiempo que se da, como le pasa a Dios cuando ve la exuberancia de la creación y la respuesta justa de los hombres que la hacen más grande, más habitable, nueva a cada paso con su creatividad. Ese es su gozo, este es el gozo del Señor: dar y ver crecer el don alegrando todo a su paso; y en este gozo se nos invita a participar. Otras veces, parecemos atascarnos

DOMINGO XXXII. CICLO A. (Sab 6, 12-16; Sal 62, 2-8;1Tes 4, 13-18; Mt 25, 1-13)

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¡Cuántas oportunidades perdidas! Irrecuperables, incluso si no son definitivas en sus consecuencias. Jesús, en el evangelio de hoy nos invita a mirar las puertas que cerramos a su presencia y a la alegría, el consuelo y la vitalidad que trae consigo. Oímos en la parábola: “se cerró la puerta”, y nos imaginamos enseguida un castigo, pero sabemos por experiencia que esa puerta está cerrada por fuera, que es el signo de que no podemos participar de lo que no hemos elegido con decisión.   Hoy se nos invita a percibir la alegría que trae consigo Cristo: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Venid, danzad y cantad mientras lo acompañáis. Son las amigas de la novia las que lo reciben y acompañan para participar alegres en la boda de Cristo y la humanidad. Y nosotros, si somos amigos de la humanidad, de la nuestra y de la de todos, y no solo amigos de nuestro pequeño mundo de obsesiones, quizá debamos preguntarnos si vamos preparando esa alegría plena que se nos da y podemos dar en pe

DOMINGO XXXI. CICLO A. (Mal 1,14b-2,2b.8-10; Sal 130, 1-3;1Tes 2, 7b-9.13; Mt 23, 1-12)

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El evangelio de hoy pilla a contrapié a cualquier cura que se ponga a preparar la homilía, porque hoy él mismo es, debe ser el oyente. Basta un cruce de miradas con la comunidad para que al comenzar a hablar se sienta juzgado: ¿Acaso te sientes su maestro? ¿Quién te has creído que eres? ¿Les vas a enseñar la vida evangélica con la que llevas tú? ¿Por qué nos tratas como si fuéramos niños pequeños, aguantarías tú una predicación como esta? ¿No te da vergüenza decir eso cuando Dios mismo y algunos de nosotros sabemos lo que escondes detrás de tus formas y tus hábitos? Esta mirada nos devuelve a la elección primera: no te elegí para que fueras un hombre-orquesta, ¿por qué quieres hacerlo todo, por qué no confías en los demás?; no te elegí para que fueras un maestro, ¿por qué quieres tener siempre razón?; te elegí para vivir mi evangelio, ¿por qué lo cargas insensiblemente sobre los demás poniéndolos contra las cuerdas con tu palabra, acaso lo vives tú?, te elegí para que fueras siervo c