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Mostrando entradas de junio, 2021

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Sab 1, 13-15; 2, 23-24; Sal 29, 2-13; 2Cor 8, 7.9.13-15; Mc 5, 21-43)

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Una de las cosas que apenas sabemos integrar en nuestra vida son las interrupciones. Aquello que detiene su curso normal y nos obliga a no seguir con “nuestras cosas” tal como las tenemos pensadas, decididas, asimiladas. En esos momentos sentimos que no es posible dominar la vida del todo y habitualmente nos enfadamos o nos deprimimos en diversos grados.  El evangelio de hoy parece una reflexión sobre estas interrupciones. La enfermedad ha interrumpido la vida de afecto cotidiano entre Jairo y su hija, también ha roto la fluidez de la vida de la hemorroisa. Además, esta misma mujer parece convertirse en una interrupción incómoda en el camino de Jairo y de Jesús. En nuestra vida hay interrupciones tan profundas que, a veces, parece que tras ellas ya no tiene sentido continuar, y que hay aceptar el peso de una vida injusta e incoherente. Sin embargo, Jesús, cuando Jairo recibe la noticia de que su hija ya ha muerto y no tiene sentido seguir esperando, le dice: “No temas, basta con qu

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Jb 38, 1.8-11; Sal 106, 23-31; 2Cor 5, 14-17; Mc 4, 35-41)

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  La sustancia de la vida creatural con todos sus elementos se nos da a conocer armonizada. Lo vemos en los ciclos de la naturaleza, en la armonía compuesta de elementos y leyes que componen cada una de las cosas que nombramos del mundo, en nuestro propio cuerpo y mente; todo ello fruto de complicidades múltiples que sorprendentemente se sostienen al margen nuestro para hacernos respirar, caminar, pensar, relacionarnos de manera espontánea. Cuando algo deja de funcionar nos extrañamos, pero ¿por qué es más extraño el caos al que la vida queda sometida cuando se desordena la realidad que el orden y la armonía que hace de ella un espacio para la vida? El creyente vive del asombro ante este espacio armonioso de la vida y lo comprende como un regalo de Dios, como obra de sus manos. Pero a la vez vive, como todos, sometido al miedo porque no está en sus manos sostener esta armonía y, como Job ante su desgracia y los discípulos antes la tempestad, apenas puede hacer algo más que sufrirla y a

REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Ez 17, 22-24; Sal 91, 2-16; 2Cor 5, 6-10; Mc 4, 26-34)

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La parábola de la semilla que crece sola y de la semilla de mostaza que se nos dan a meditar este domingo intentan mostrar la forma en la que se presenta el Reino de Dios entre nosotros. Subrayemos alguno de los elementos que aparecen en ellas. El primero es que para Dios siempre es tiempo de siembra, que Dios está de continuo moviéndose para sembrar su propia potencia de vida en el mundo, en nosotros sin hacer nada especial, simplemente con el don de la fecundidad de cada cosa y cada persona. La segunda, en esta misma línea, es que esta potencia de vida está inserta en la misma vitalidad de la creación, de forma que la creación y cada uno de nosotros tiene unas potencialidades divinas llamadas a una vida sobreabundante. La tercera es que esta potencialidad se pierde cuando no es enterrada, es decir (porque esto se puede malinterpretar), cuando en vez de exhibirse es ofrecida a la tierra para dar fruto. Esto supone que uno acepta vivir más para dar vida que para exhibirla, más del

EN LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI (Ex 24, 3-8; Sal 115, 12-18; Hb 9, 11-15; Mc 14, 12-16. 22-26)

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Algunas personas quedan inscritas en la historia por alguna palabra que dijeron o por algún hecho en el que su vida dio de sí de una manera especial. En el caso de Jesús, su vida ha quedado inscrita en la historia no solo por una palabra entre otras o un hecho entre otros, sino con un gesto (una sencilla acción envuelta con breves palabras) que sintetizó toda su historia. Todo está ahí, no es una parte de lo que hizo o de lo que dijo, sino todo lo que él es sintetizado. Y por eso para sus seguidores es ahí donde se le encuentra, donde está su espíritu y su presencia, su aliento y su enseñanza: “Tomó pan, dio gracias, y lo ofreció a todos diciendo: «esto es mi cuerpo». Tomo la copa de vino, dio gracias, y la ofreció como alianza eterna con todos: «esta es mi sangre»”. En torno a este gesto divino, inscrito en la historia para siempre, los creyentes nos reunimos, como afirma el salmo 115 que proclamamos hoy, para configurar nuestra vida en torno a tres acciones. La primera el asombro