DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Sab 1, 13-15; 2, 23-24; Sal 29, 2-13; 2Cor 8, 7.9.13-15; Mc 5, 21-43)
Una de las cosas
que apenas sabemos integrar en nuestra vida son las interrupciones. Aquello que
detiene su curso normal y nos obliga a no seguir con “nuestras cosas” tal como
las tenemos pensadas, decididas, asimiladas. En esos momentos sentimos que no
es posible dominar la vida del todo y habitualmente nos enfadamos o nos
deprimimos en diversos grados.
El evangelio de
hoy parece una reflexión sobre estas interrupciones. La enfermedad ha
interrumpido la vida de afecto cotidiano entre Jairo y su hija, también ha roto
la fluidez de la vida de la hemorroisa. Además, esta misma mujer parece
convertirse en una interrupción incómoda en el camino de Jairo y de Jesús.
En nuestra vida
hay interrupciones tan profundas que, a veces, parece que tras ellas ya no
tiene sentido continuar, y que hay aceptar el peso de una vida injusta e
incoherente. Sin embargo, Jesús, cuando Jairo recibe la noticia de que su hija
ya ha muerto y no tiene sentido seguir esperando, le dice: “No temas, basta con
que tengas fe”. Esta parece ser la actitud de la mujer que llevaba años de vida
luchando contra la enfermedad y gastada su fortuna no había recuperado la vida
anterior.
En estos dos
casos, la interrupción se convierte en un momento para ahondar la fe, lo que supone
en ambos casos no dejar de buscar caminos de vida en medio de los espacios
donde estos se han borrado. Es entonces cuando Dios abre horizontes de vida
inesperada.
Podríamos contemplar
a Jesús como una interrupción de la vida de Dios que descompone su eternidad
para llenarla de situaciones deficitarias en las que, sin embargo, siempre pone
vida y vida sobreabundante. Dios interrumpe la inercia de sus caminos, como
Jesús con la hemorroisa, porque siente nuestro dolor. Esta es una interrupción
positiva que debemos aprender a realizar. Pero, además, y esto es lo realmente sorprendente,
cuando su misión de vida para todos es dramáticamente interrumpida por el
rechazo de su Hijo, junto a él recompone esta situación para hacer de ella un gesto
de confianza y amor absoluto. La cruz, interrupción radical de la vida y del
amor, queda así elevada sobre el mundo como puerta abierta a la esperanza.
Desde ella el
resucitado dirige su palabra a toda la humanidad: “Talitha qumi, que significa: Contigo hablo, niña, levántate”.
Pintura de Julia Stankova
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