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Mostrando entradas de abril, 2021

REFLEXIÓN PARA DOMINGO IV DE PASCUA (Hch 3, 4, 8-12; Sal 117; 1Jn 3, 1-2; Jn 10, 11-18)

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En el evangelio de este domingo Jesús se presenta como pastor bueno que conoce y cuida a sus ovejas, que las defiende aun a costa de su vida, y que tiene la intención de hacer un solo rebaño con todas, sean “churras o merinas”. La imagen de esta preocupación-cuidado se expresa en el evangelio de Mateo con otras imágenes paralelas. Jesús, por ejemplo, se compara con una gallina que quiere reunir a todos los polluelos bajo sus alas, o con una especie de balneario para enfermos cuando dice: “Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados y yo os aliviaré”.   Un elemento común de estas comparaciones es que Jesús no pide nada, sino que solo ofrece. Y esto es especialmente importante en una época en la que la eficacia se ha convertido en fundamento de valor de las cosas y del amor por ellas. En la vida espiritual cristiana, lo primero es percibir este don de Dios que es su preocupación, su acogida amorosa, el ofrecimiento de su vida como espacio posibilitador de la nuestra. Dicho de

REFLEXIÓN PARA DOMINGO III DE PASCUA (Hch 3, 13-15.17-19; Sal 4, 2-9; 1Jn 2, 1-5a; Lc 24, 35-48)

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La Secuencia de Pascua que hemos leído estos días deja constancia del esfuerzo de Cristo por resucitar: “Lucharon vida y muerte/ en singular batalla,/ y, muerto el que es la Vida,/ triunfante se levanta”. Este mismo esfuerzo agónico se da en la vida del creyente que debe entablar una lucha interior para aceptar la vida del Resucitado no solo como presente, sino como propia. Y esto es lo que refleja el evangelio de hoy.  La presencia del resucitado que trae la paz produce, sin embargo, en los discípulos un miedo que al lector se le hace extraño en un primer momento: “Estaban aterrados”, dice el texto. Pero basta venir a nuestra propia experiencia para constatar que, cuanto más densa es la presencia de Cristo a nuestro lado, con mayor nitidez percibimos las tinieblas del mundo en el que vivimos y también nuestras propias complicidades con sus engaños. Cristo resucitado nos muestra que el único camino que conduce a la vida verdadera es su propia vida, la vivida hasta su muerte en cruz,

REFLEXIÓN PARA DOMINGO II DE PASCUA (Hch 4, 32-35; Sal 117, 2-24; 1Jn 5, 1-6; Jn 21, 19-31)

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Al leer el evangelio de este domingo, demasiadas veces y demasiado deprisa, separamos los personajes y sus sentimientos: por un lado, los que se alegran al contemplar a Jesús resucitado, por otro, los que dudan. De esta manera, o pertenecemos a los ‘buenos’ o los ‘malos’, a los creyentes o a los incrédulos. Sin embargo, seguramente todos hemos experimentado que en nuestra vida la fe se vive unas veces como alegría y otras como duda, sin que se puedan separar ambos aspectos. La resurrección de Jesús como exaltación divina de su vida de amor por todos, como eternización de su existencia compasiva, como compañía perpetua de perdón y acogida incondicional, como victoria de Dios sobre las fuerzas de la envidia, la injusticia y el odio en su cuerpo maltrecho… se convierten en un motivo de esperanza y alegría. Lo más hondo de nuestro corazón, creado bueno y para lo bueno, no puede menos de alegrarse (“al ver al Señor los discípulos se llenaron de alegría”). Sin embargo, vivimos una vida con

HOMILÍA PASCUAL

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Tantas veces quisimos envolverte, Cristo, con nuestros perfumes. Tantas veces quisimos honrarte, como nuestro invitado de honor, tantas acogerte, acompañarte, ayudarte, que olvidamos que era a tu lado, no al nuestro, donde el mundo se tornaba primavera, y nuestra vida florecía, y nuestras fuerzas se vestían con la gracia de la vida.  Tantas veces quisimos acogerte, Cristo, como a un niño, y cuidarte y enseñarte lo que tenías qué hacer y qué decir, que olvidamos que solo tú eras el Maestro y el Señor, que solo en ti las palabras encontraban su verdad y los gestos se vestían de divinidad. Te habíamos encerrado en nuestro mundo, sometido a nuestro mundo, a ti libertad viva que solo descansas en el ancho corazón de Dios. Y ahora nos sentíamos huérfanos de hijo, y queríamos resucitar tu cadáver con perfumes artificiales que ocultaban nuestro propio olor a muerte sin ti. Y escuchamos: No está aquí , donde vosotros lo pusisteis, donde tantas veces lo habéis puesto

MEDITACIÓN MÍNIMA PARA EL JUEVES SANTO

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