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Mostrando entradas de septiembre, 2020

Reflexión sobre el evangelio del domingo XXVI (Sal 24; Mt 21, 28-32)

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  Creer no es simplemente pensar que Dios existe. Los cristianos decimos que creemos en Dios cuando afirmamos su historia con nosotros, cuando afirmamos que se ha dirigido a la humanidad con la vida de Jesús para invitarnos a una forma de ser que nos libere del peso amargo con el que la vida nos carga y que tantas veces nos echamos a la espalda unos a otros. Creer en Dios para el cristiano es, por eso, reconocerse ante él en una relación de tú a tú, y percibir que confía en nosotros hasta el punto de entregarnos su mundo para que lo hagamos fructificar (“Vete a trabajar a la viña”, dice el evangelio de hoy). Creer en Dios es sabernos invitados a compartir la vida que él abre para nosotros, y reconocer su forma de ser como el camino para encontrar la nuestra, porque Dios no nos pide con sus mandamientos hacer nada que él mismo no haga o haya hecho por nosotros. Creer en un Dios misericordioso no significa simplemente pensar que nos perdona los pecados, sino que mucho antes ha quer

Reflexiones sobre el evangelio del domingo XXV (Is 55, 6-9/ Mt 20, 1-16)

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 “Buscad al Señor mientras se le encuentra”. La primera frase de la Palabra de Dios de hoy es contundente. Obliga a pensar que nuestra relación con el Señor no es tan cercana como pensamos habitualmente, que damos demasiado por supuesto que hemos encontrado y transitamos ya sus caminos, que le reconocemos con inmediatez cuando se cruza con nosotros, que habita en nuestras vidas sin que tengamos que hacer nada especial. Volvamos a escuchar: “Buscad al Señor mientras se le encuentra”, porque puede sucedernos que nuestro corazón, incluso a su lado, pierda sensibilidad para reconocer su presencia benevolente y la exigencia de su evangelio, como les sucede a no pocos matrimonios a los que una rutina no cuidada les ha hecho olvidar que realmente se amaban, que tenían un proyecto común, que podían gozar el uno del otro incluso en la más sencilla de las actividades. Volvamos a escuchar: “Buscad al Señor mientras se le encuentra”, porque demasiadas veces identificamos sin más nuestros juici

Reflexiones sobre el evangelio del domingo XXIV (Mt 18, 21-35)

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Demasiadas veces pensamos que el perdón hace bien simplemente al ofensor y que carga con más sufrimiento aún al ofendido. Por eso no es extraño que evitemos afrontar el tema del perdón a los enemigos y nos quedemos con una versión del perdón para los que no lo son. Pero no hay perdón sin que este sea perdón al enemigo, a aquel que, siquiera por momentos, se ha convertido en enemigo haciéndome un daño real y profundo de una u otra manera. Pues bien, habitualmente, cuando escuchamos la sentencia de Jesús de perdonar “70 veces 7” o bien pasamos página enseguida, como quien ve una película en la que se identifica con un héroe sabiendo que para él eso es pura ficción, o reaccionamos con una conmoción en nuestro corazón que nos pone en tensión con Dios. Sin embargo, el perdón es paso obligatorio en el camino a la libertad y la alegría, por más que sea especialmente duro de vivir. En el salmo 103, que recitamos hoy, se dice: “El Señor rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de t

Reflexión sobre el evangelio del domingo XXIII

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En el oráculo de Ezequiel de este domingo Dios recuerda a Israel como pueblo (y a todos los que lo componen) que le ha puesto como una atalaya en medio de las naciones para percibir con antelación a los enemigos y avisar a todos de dónde está una vida al abrigo del pecado. También Jesús se dirige a la comunidad de sus discípulos diciendo que “son la luz en medio del mundo” comparándola con “una ciudad situada en la cima de un monte” (Mt 5, 14) . Recupera así la imagen de la Jerusalén santa y acogedora que habían anunciado los profetas y deseado los justos sin haberla nunca encontrado.   Para los cristianos esta ciudad tiene como centro irradiante la vida de Jesús. Es a su lado, viviendo de su mismo Espíritu, donde se levanta esta ciudad para todos. Los dos o tres del evangelio que se reúnen en su nombre, conociendo su santidad y misericordia, y dispuestos a aceptar su llamada a reflejarla, estos son la Iglesia sacramento de unidad y salvación. Esto significa que debemos administrar l

Su nombre es Juan

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Ocurrióme, aunque te pido que seas discreta pues no son tiempos estos para presumir de arrobos y visiones, que estando en oración ya un rato y dando vueltas al libro que me venía acompañando, no conseguía encontrar una idea sustanciosa que entretuviera mi mente y sosegara mi corazón dirigiéndolo al buen Dios. Y eso que no traía conmigo un libro cualquiera, que el autor era harto conocido, con experiencia espiritual y buena pluma para guiar las almas. Allí seguía yo, leyendo y releyendo, en eso que los marineros llaman calma chicha, y que había envuelto mi oración sin dejarme avanzar hacia ningún sitio. Pues bien, fue entonces cuando sentí, no sé si te he dicho que estaba en la Iglesia de las carmelitas, que alguien se había sentado a mi lado. Un hombrecillo diminuto con aire angélico, aunque no pensé yo que fuera un ángel, pues no he imaginado yo nunca a los ángeles vestidos de un color tan poco luminoso como el marrón. Miró el libro y me dijo: ¿por qué escarbas?, ¿qué buscas ahí?

Reflexión sobre el evangelio del domingo XXII (Mt 16, 21-27)

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El domingo pasado comentaba cómo la confesión de fe, que va siempre acompañada de una bienaventuranza, posee una dimensión sufriente que es necesario aceptar para que esta confesión no se convierta un juego de ficción que solo nos acompaña mientras las cosas van bien. El evangelio de hoy nos presenta, en toda su crudeza, esta dimensión sufriente que comporta la unión con el Señor. Se trata del dolor que produce vivir a contracorriente de un mundo que para huir del costo personal que tiene la vida verdadera (el sacrificio que supone el amor, la fatiga que requiere el trabajo, la espera que necesita lo verdadero) emplea la mentira, la traición, la explotación, la violencia en distintas formas y grados que pueden reconocerse en todos los ámbitos de la existencia: desde la vida familiar hasta las relaciones entre los pueblos y naciones. En este mundo nadie quiere testigos que saquen a la luz las miserias que necesitamos ocultar para estar tranquilos. Lo refleja claramente el libro de la