Reflexión sobre el evangelio del domingo XXVI (Sal 24; Mt 21, 28-32)
Creer no es simplemente pensar que Dios existe. Los cristianos decimos que creemos en Dios cuando afirmamos su historia con nosotros, cuando afirmamos que se ha dirigido a la humanidad con la vida de Jesús para invitarnos a una forma de ser que nos libere del peso amargo con el que la vida nos carga y que tantas veces nos echamos a la espalda unos a otros. Creer en Dios para el cristiano es, por eso, reconocerse ante él en una relación de tú a tú, y percibir que confía en nosotros hasta el punto de entregarnos su mundo para que lo hagamos fructificar (“Vete a trabajar a la viña”, dice el evangelio de hoy). Creer en Dios es sabernos invitados a compartir la vida que él abre para nosotros, y reconocer su forma de ser como el camino para encontrar la nuestra, porque Dios no nos pide con sus mandamientos hacer nada que él mismo no haga o haya hecho por nosotros. Creer en un Dios misericordioso no significa simplemente pensar que nos perdona los pecados, sino que mucho antes ha quer