Reflexiones sobre el evangelio del domingo XXV (Is 55, 6-9/ Mt 20, 1-16)
“Buscad al Señor mientras se le encuentra”. La primera frase de la Palabra de Dios de hoy es contundente. Obliga a pensar que nuestra relación con el Señor no es tan cercana como pensamos habitualmente, que damos demasiado por supuesto que hemos encontrado y transitamos ya sus caminos, que le reconocemos con inmediatez cuando se cruza con nosotros, que habita en nuestras vidas sin que tengamos que hacer nada especial.
Volvamos a escuchar: “Buscad al
Señor mientras se le encuentra”, porque puede sucedernos que nuestro corazón,
incluso a su lado, pierda sensibilidad para reconocer su presencia benevolente
y la exigencia de su evangelio, como les sucede a no pocos matrimonios a los
que una rutina no cuidada les ha hecho olvidar que realmente se amaban, que tenían
un proyecto común, que podían gozar el uno del otro incluso en la más sencilla
de las actividades.
Volvamos a escuchar: “Buscad al
Señor mientras se le encuentra”, porque demasiadas veces identificamos sin más
nuestros juicios con los suyos y así vamos haciendo de Dios un loro compañero
que repite afirmando nuestra vida acomodada a lo bueno y a lo malo sin ningún
deseo que vaya más allá del “mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer” o
“más vale pájaro en mano que ciento volando”.
Escuchemos que Dios tiene
“caminos más altos para nosotros”, aunque estén hechos de cosas sencillas.
Caminos por los que nos invita a transitar hasta que nuestro cuerpo se llene de
la gloria de Cristo, como dice Pablo. Caminos sencillos que coinciden con la
mirada amable, la palabra alentadora, los gestos reconciliadores del mismo
Jesús puestos en nuestro propio cuerpo para bien de todos.
Si lo oímos, sea la hora que
sea; si escuchamos su paso en la mañana de nuestra vida llena de esperanza, o
en el soporífero mediodía de nuestra existencia cansado del esfuerzo realizado
y tentada de dormirse con el arrullo de las noticias, o al final de nuestras
vidas cuando ya parece que no podemos hacer nada que vaya a cambiar las cosas;
si escuchamos, digo, vayamos a su viña con su mismo corazón, y el fruto, grande
o pequeño de nuestra respuesta, será recompensado con lo único que tiene: su
amor eterno.
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