UNA DE CINCO. Apócrifo de la transverberación de Santa Teresa.
Siempre había sido un poco soñadora, al punto de que en no pocas ocasiones la habían llamado la atención porque se quedaba como ida, fuera de lugar, sin que las conversaciones que la rodeaban o los ruidos que se producían la inmutaran. Y se decían: A dónde llegará, si parece que vive en otro mundo esta chiquilla. Y ahora estaba allí, en un duermevela inquieto, a la espera del señor que se hacía esperar. No estaba sola, la acompañaban otras jóvenes venidas de los cuatro rincones del reino que estaban repartidas por la casa cada una con sus ajuares, cada una al cuidado de sus galas para impresionar a aquel señor con el que todas, alguna vez en la vida, había soñado mezclando el deseo y el miedo. Nadie supo quién gritó la primera, pero no hizo falta mucho más para que el trajín se apoderara de la casa y todas se adornaron con sus mejores ropas y los aceites que habían traído de sus casas. También ella lo hizo, aunque al asomarse por la ventana y ver el porte majestuoso del señor quedó par