DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Jer 38,4-6.8-10; Sal 39; Hb 12,1-4; Lc 12,49-53)
Esto pasa igualmente con nuestros ecosistemas humanos, los grandes (la economía, la política, la cultura…) y los pequeños (la familia, el vecindario, el trabajo…). Van ensanchándose, enriqueciéndose a base de nuevas situaciones que los retan a hacerse más amplios, más abiertos, más plurales, más profundos.
Pues bien, toda la creación, en todas sus dimensiones, está llamada
(así lo creemos los cristianos) a convertirse en el cuerpo de Cristo, es decir,
a adquirir la forma de ser (el mismo ser) de Cristo ante Dios insertándose así
en el ecosistema divino de vida. Pero esto requiere una evolución (san Ireneo
decía una habituación) en la que todos sus componentes vayan ensanchándose
interiormente para poder ser lo que están llamados a ser. Esta evolución no es
siempre, de hecho, no es casi nunca pacífica, serena, más bien está llena de
convulsiones, de estrés porque continuamente nos saca de los estados en los que
nos hemos acostumbrado a vivir tranquilamente sin avanzar.
Yo creo que el evangelio de hoy, en el que Jesús dice: “No he venido a traer paz al mundo…” o “He venido a traer fuego a la tierra”, se refiere a esta convulsión que produce el evangelio cuando nuestra vida se olvida de que su verdad está en un futuro que debe alcanzarse en una lucha constante por crecer en humanidad para que la divinidad pueda acogernos del todo en su vida.
Así pues, que cada uno concrete. Lo demás es dormirse a medio camino, y dejar que nuestro ser y el ser del mundo quede incompleto.
Pintura de Mark Lawrence. Ven hacia la gloria.
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