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Mostrando entradas de octubre, 2021

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS (Mt 5, 1-12a). Bienaventuranzas para alentar una santidad a medio camino.

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Bienaventuranzas para alentar una santidad a medio camino .   Bienaventurado tú si alguna vez quedaste embobado escuchando, como María a los pies de Jesús, sus palabras de vida y las guardaste en tu corazón para revivirlas de cuando en cuando. Bienaventurado tú si te afanas por servirle en los demás, aunque como a Marta Jesús tenga que frenarte para que comprendas que es sobre todo Dios quien se afana en servirte a ti. Bienaventurado tú si dejas que Jesús, como hizo con Lázaro, visite los lugares oscuros en los que la muerte te domina y dejas que otros te ayuden a arrancar los velos de muerte que te atan. Bienaventurado tú si, aunque te sientas pequeño e indigno como la hemorroísa, te acerques con fe a tocar su manto encendiendo una vela o presentando una pequeña oración a sus pies y eso te da fuerzas para seguir tu camino. Bienaventurado tú si a pesar de tus miedos buscas a Jesús, aunque sea de noche y a escondidas como Nicodemo, esperando encontrar la luz y la fuerza que no t

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Dt 6, 2-6; Sal 125, 2-3a.3-4.47.51ab; Heb 7, 23-28; Mc 12, 28b-34)

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Parecería que al sintetizar Jesús los mandamientos en un solo mandamiento, y ser este el del amor a Dios y al prójimo, ya estaría el camino libre del peso de la ley, pero no es así. Desgraciadamente en esta perspectiva seguimos viendo a Jesús como un legislador y su palabra nos somete a un juicio que, si somos honrados, también nos condena, Pues ¿quién cumple este mandamiento?, ¿es acaso más fácil de cumplir que los otros? Podemos escuchar estas palabras de Jesús como un mandamiento o podemos contemplarlas como un testimonio. Yo me inclino por esto último. Un testimonio de sí mismo en el que se refleja su libertad frente a todo lo que nos somete bajo la amenaza del miedo. Si no me amas (si no amas mis ideas, si no te comportas cómo yo dicto…) no tienes lugar en mí mundo, en el mundo. Pero el amor de Jesús por Dios, su amor absoluto por él, la entrega entera de su vida a él, le libra de los miedos, pues como dice el salmo en Él encuentra una roca segura para vivir. Pero, además, un test

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Jer 31, 7-9; Sal 125, 1-6; Heb 5, 1-6; Mc 10, 46-52)

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A lo largo de estos domingos hemos visto a Jesús caminando y a la gente poniendo excusas y obstáculos para no seguir sus huellas. Primero Pedro que le quiere convencer de no subir a Jerusalén y volver a Galilea. Luego el joven rico que le sale al paso con buena voluntad, pero se retira cuando Jesús le invita a ir más allá de los caminos que ya tenía aprendidos que solo quería reafirmar. El domingo pasado, los hijos de Zebedeo que, aunque tienen los pies en el mismo camino de Jesús, tienen el corazón lejos de su forma de sentir. Y hoy las muchedumbres que rodean a Jesús y apenas dejan que vea a aquellos que ha venido a escuchar.   Parece que nadie ve al verdadero Jesús, que nadie comprende. Todos le miran admirados, pero solo ven el reflejo de lo que quieren ver. Todos salvo uno, Bartimeo, que reconoce su ceguera y pide al Señor que le cure. Quizá debiéramos escuchar hoy aquella sentencia de Cristo: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Is 53, 10-11; Sal 32, 4-5.18-19.20.22; Heb 4, 14-16; Mc 10, 35-45)

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A veces hay que abrir una herida que se ha cerrado en falso dejando una infección dentro. Provocar un daño y poner un drenaje para que el cuerpo expulse lo que le está haciendo daño a escondidas. Y algo de esto es lo que sucede hoy en el evangelio. Parecería que los discípulos ya son discípulos, que los que van con él van con su mismo paso, que sus intereses son los mismos, pero no es así. Contemplamos en alguno de ellos que también son discípulos de las pasiones del mundo y de sus aspiraciones: los que van con Jesús quieren llegar no tanto a servir, sino a tener poder sobre el mundo, aunque sea para hacer el bien, pero tener poder. Y así su discipulado está infectado y nada es lo que parece. Por otra parte, los otros discípulos no son siervos del juicio de Dios, sino esclavos de sus propios juicios marcados por una rivalidad escondida. Los que se enfadan con los que buscan el poder parecería, por la respuesta que Jesús da a todos, que lo hacen porque también lo anhelan secretamente. “

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Sab 7, 7-11; Sal 89, 12-17; Heb 4, 12-13; Mc 10, 17-30)

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En el evangelio de hoy se puede ver hasta qué punto llega la ingenuidad de los discípulos de Jesús y, por tanto, nuestra misma ingenuidad. Más aún, el evangelio nos revela los autoengaños de la vida cristiana con los que domesticamos a Jesús.  Apunta bien Pedro, lo mismo que lo había hecho el joven rico. Este sabía que la vida verdadera solo estaba en Jesús, por eso le llamaba bueno, sin embargo, no encontró fuerzas para acompañarle del todo. Pedro se da cuenta de que nadie tiene en sí mismo estas fuerzas (“Entonces, ¿Quién podrá salvarse?”, dice), sin embargo, después parece decir que sí que las tenía cuando afirma: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Al final del evangelio nos damos cuenta de que esto no era verdad, de que Pedro y los discípulos estaban habitados por la misma fragilidad que el joven rico, y que esta se despierta antes o después, en diferentes formas, para dominarnos y separarnos del Señor. Sin embargo, al contrario de lo que podríamos pensar desde

Apócrifo de Adán y Eva

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«Cuando Adán comenzó a caminar fuera del paraíso, entristecido por la pesadumbre del mundo, por sus engaños, por las heridas que le causaba, no dejaba de preguntarse: ¿Era tan pequeño el amor de Dios por nosotros que nos ha abandonado a nuestra suerte en este mundo adverso? ¿Tan grande fue nuestro pecado que ya no nos visita? Y el color gris de su alma iba contagiando los paisajes que atravesaba. Sin embargo, cuando caminando sentía la ternura de la mano de Eva entrelazada con la suya, el peso con el que cargaba su alma parecía aligerarse. Lo mismo ocurría cuando escuchaba las melodías con que los pájaros despertaban la mañana. Incluso un día se desató el nudo de su garganta y consiguió acompañarlos con un silbido suave. Desde entonces la música pasó a ser consuelo y gozo en medio de sus aflicciones. Algunas mañanas vencía la pereza que le provocaba enfrentarse al duro trabajo de la tierra porque le gustaba ver desperezarse los primeros brotes de vida que asomaban en los surcos que t

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Gen 2, 18-24; Sal 127, 1-6; Heb 2, 9-11; Mc 10, 2-16)

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El evangelio de hoy me hace pensar en una lucha siempre presente en la vida de la Iglesia y en la de cada uno de nosotros, la lucha entre la intransigencia y la permisividad.  Si la intransigencia lleva al límite la búsqueda de la verdad de lo que somos y termina por ahogarnos por su falta de atención a los tiempos y a las dificultades para someter nuestra vida a lo bueno, la permisividad lleva al límite la necesidad de misericordia que necesita nuestra debilidad hasta olvidarse de que debemos alcanzar la talla de Cristo para que nuestra vida llegue a su plenitud. No es fácil alcanzar este arte de mezclar la verdad y la paciencia que necesita cada vida humana. Por eso tantas veces desesperamos de los demás y de nosotros mismos sometiéndonos a juicios despiadados o terminamos por justificar nuestras pobreza y miserias confundiendo lo humano con la mediocridad. Esta última tendencia es la que nuestra cultura parece haber impreso en el corazón de nuestros juicios de forma que, cuand