Apócrifo de Adán y Eva

«Cuando Adán comenzó a caminar fuera del paraíso, entristecido por la pesadumbre del mundo, por sus engaños, por las heridas que le causaba, no dejaba de preguntarse: ¿Era tan pequeño el amor de Dios por nosotros que nos ha abandonado a nuestra suerte en este mundo adverso? ¿Tan grande fue nuestro pecado que ya no nos visita? Y el color gris de su alma iba contagiando los paisajes que atravesaba.

Sin embargo, cuando caminando sentía la ternura de la mano de Eva entrelazada con la suya, el peso con el que cargaba su alma parecía aligerarse. Lo mismo ocurría cuando escuchaba las melodías con que los pájaros despertaban la mañana. Incluso un día se desató el nudo de su garganta y consiguió acompañarlos con un silbido suave. Desde entonces la música pasó a ser consuelo y gozo en medio de sus aflicciones. Algunas mañanas vencía la pereza que le provocaba enfrentarse al duro trabajo de la tierra porque le gustaba ver desperezarse los primeros brotes de vida que asomaban en los surcos que tanto esfuerzo le habían robado. ¡Y el cielo!, que de cuando en cuando regalaba una luminosidad que, colándose en su interior, le hacía ver todo vestido de belleza. E incluso en el terror que provocaba la oscuridad de la noche encontró un espacio para la intimidad, para el descanso, para el amor. También descubrió que al compartir sus penas y sus alegrías se aligeraba el peso de los días, y que al ofrecer sus pequeños talentos vestía de esperanza a los que recibían sus ofrendas con una sonrisa que terminaba por alimentar la suya. 

Y por fin, después de mucho tiempo, aun sin poder arrancar del todo la pesadumbre de la carne, escogió la vida. Y todo porque, aunque estaban cerradas las puertas del paraíso, Dios parecía traer de contrabando algunos de sus frutos y los dejaba, sin mostrarse, en la alacena de sus horas. Aquel día Adán, sentado a la caída de la tarde junto a Eva, tomó los frutos que habían recogido juntos y alzando la vista al cielo, antes de gustar su sabor, dio gracias por la vida».


Pintura de Carmine Bellucci, Adán y Eva.

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