Reflexiones sobre el evangelio del domingo XXIV (Mt 18, 21-35)
Demasiadas veces pensamos que
el perdón hace bien simplemente al ofensor y que carga con más sufrimiento aún
al ofendido. Por eso no es extraño que evitemos afrontar el tema del perdón a
los enemigos y nos quedemos con una versión del perdón para los que no lo son. Pero
no hay perdón sin que este sea perdón al enemigo, a aquel que, siquiera por
momentos, se ha convertido en enemigo haciéndome un daño real y profundo de una
u otra manera.
Pues bien, habitualmente, cuando
escuchamos la sentencia de Jesús de perdonar “70 veces 7” o bien pasamos página
enseguida, como quien ve una película en la que se identifica con un héroe
sabiendo que para él eso es pura ficción, o reaccionamos con una conmoción en
nuestro corazón que nos pone en tensión con Dios. Sin embargo, el perdón es
paso obligatorio en el camino a la libertad y la alegría, por más que sea especialmente
duro de vivir.
En el salmo 103, que recitamos
hoy, se dice: “El Señor rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de
ternura (…) no está siempre acusando ni guarda rencor eterno”. No quiere decir
esto último que el Señor solo acusaría algunas veces o que guardaría rencor solo
por algún tiempo. Las expresiones quieren distinguirlo de nosotros que no
sabemos cómo salir de las acusaciones mutuas y el resentimiento por los males
sufridos, algo que nos abisma en una fosa oscura donde las heridas
continuamente se abren y no alcanzan nunca a sanarse dejándonos en manos de la
tristeza y el dolor. Solo el trato de gracia y ternura que nos ofrece el Señor
puede purgar y purificar el dolor que nos han infringido e ir progresivamente
sacándonos de la fosa del resentimiento y la acusación que no nos deja vivir
con alegría y libertad. Este es el camino del perdón que Dios nos pide afrontar
de continuo en nuestra vida (“70 veces 7”). No lo exige con una ley dada por un
juez distante, sino comprometido en acompañar nuestros dolores y sanar nuestras
heridas con ternura. Es este el camino que, en la cruz, ha sembrado Jesús en el
mundo, el camino que le llevó finalmente a levantarse de la tumba lleno de vida
y vitalidad de amor libre de todo odio y afán de venganza.
No hay otro camino para
participar de la vida plena, donde no se debe nada a nadie sino amor (Rom 13, 8). No se
puede participar con rencor en la alegría de Dios, por eso Dios nos invita a
purgar todo el dolor y el resentimiento que nos causan nuestras heridas acogiendo
su mismo amor y extendiendo su mismo perdón. De esta manera, la petición del
Padrenuestro se hace comprensible. La cuestión no es que Dios no nos perdone si
no perdonamos, sino que si no perdonamos el dolor no purificado no nos dejará ser
abrazados por la alegría del amor que Dios siempre nos tiene, incluso si vamos
a él cargados de pecado.
Quizá podamos terminar rehaciendo una pequeña
conversación de Pedro con Jesús:
- Entonces, Señor,
¿quién puede salvarse? ¿Quién puede perdonar así?
- Para los
hombres -le dijo Jesús- es imposible, pero para Dios todo es posible.
- Señor,
quiero, ayuda mi poca fe y mi débil voluntad.
Sí q difícil perdonar!!!!
ResponderEliminarSeñor yo también necesito ayuda...