REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Ez 17, 22-24; Sal 91, 2-16; 2Cor 5, 6-10; Mc 4, 26-34)

La parábola de la semilla que crece sola y de la semilla de mostaza que se nos dan a meditar este domingo intentan mostrar la forma en la que se presenta el Reino de Dios entre nosotros. Subrayemos alguno de los elementos que aparecen en ellas.

El primero es que para Dios siempre es tiempo de siembra, que Dios está de continuo moviéndose para sembrar su propia potencia de vida en el mundo, en nosotros sin hacer nada especial, simplemente con el don de la fecundidad de cada cosa y cada persona.

La segunda, en esta misma línea, es que esta potencia de vida está inserta en la misma vitalidad de la creación, de forma que la creación y cada uno de nosotros tiene unas potencialidades divinas llamadas a una vida sobreabundante.

La tercera es que esta potencialidad se pierde cuando no es enterrada, es decir (porque esto se puede malinterpretar), cuando en vez de exhibirse es ofrecida a la tierra para dar fruto. Esto supone que uno acepta vivir más para dar vida que para exhibirla, más del trabajo sobre la vida que del prestigio en ella.

Esto supone, esta sería la cuarta, que muchas veces el Reino y la misma vida parecerán inútiles frente a las fuerzas del poder y la relevancia (“los altos cedros”, dice la primera lectura), pero que estamos llamados a confiar menos en el futuro que uno se da a sí mismo, que en el que Dios dará a la semilla que ha plantado.

Por eso, la quinta es que la medida de valor del Reino no viene dada por la capacidad de ensanchar el propio espacio frente al de los demás, sino de crear espacio para los demás en el espacio propio; por la capacidad de acoger la vida de los otros ofreciéndoles cobijo, aliento y descanso con la propia forma de ser, como hace un árbol con los pájaros.

Y una última característica, este Reino es invisible para el que no quiere ver cegado por una mirada ensimismada y de corto alcance, para el que ha sido cegado por las fuerzas del poder, la riqueza y la vanidad. Este Reino solo es percibido por los limpios de corazón, que descontaminados de las fuerzas del pecado dejan que Dios ilumine su corazón con el designio que inscribió desde siempre en su obra.

Por último, esta semilla es Cristo que resucitado ha extendido sus brazos de vida eterna a todos y que puede convertirnos, si nos dejamos, en semillas del Reino eterno de Dios en este mundo.


Pintura de ARCABAS, Si el grano de trigo no muere.

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