GEOGRAFÍAS DEL AMOR HUMANO Y DIVINO

Aunque no seamos conscientes del hecho, en cuanto nos hacen pensar en ello nos damos cuenta que existe una geografía del amor humano, es decir, espacios concretos en los que este amor se expresa, se recuerda, se revive. Paradójicamente sin esta geografía el amor, que es siempre una experiencia espiritual, este se diluye. Esta geografía existe en todos los tipos de amor. El amor al propio pueblo o al barrio que se concreta en la memoria de algunas esquinas, de algún parque, de alguna calle que acogió las andanzas de nuestra vida y que al coincidir con ella nos hace reconocer lo que somos; el amor a nuestro hogar con su propia configuración, baste recordar la canción Aquellas pequeñas cosas de Serrat con la que es tan fácil identificarnos; y el amor a las personas, con los momentos rituales que lo definen: un paseo habitual, una tradición arraigada, una forma de tocar, etc. 
Esto mismo sucede, en ambas direcciones, con el amor entre Dios y nosotros. Por su parte esta geografía coincide, sobre todo, con la vida concreta de Jesús, donde él nos ha encontrado como suyos en nuestra humanidad concreta. Al verla resucitada en su interior nos ve a todos y nos reconoce como amados suyos. Pero sucede igualmente con nuestro amor por él, ya que este amor está unido a prácticas concretas: una oración infantil donde le sentimos como amigo íntimo con la profundidad de las amistades que duran para siempre, la imagen del crucificado de nuestro pueblo ante la que tantas veces presentamos nuestro dolor o nuestras dudas, un pequeño icono que nos acompaña y que nos abre, cuando lo miramos, un camino confiado y afectuoso hacia Dios, una rutina de oración que hace que una hora del día sea solo para los dos, aunque a veces faltemos o no nos encontremos en ella. 
Dios ha sabido cuidar los detalles, por eso ha querido quedarse no solo como una presencia genérica en el mundo, sino en un gesto de compañía íntima donde hablarnos y darnos su vida. No es otra cosa la eucaristía, por más que la rutinaria falta de atención y las tantas veces inexpresivas formas rituales la cubran con un velo de pobreza relacional. No es otra cosa para los que la celebramos buscando acercarnos a Dios, acogerle y entregarnos a él, buscando revivir un encuentro que la niebla de las rutinas cotidianas continuamente empaña.
Por eso, es tan necesario cuidar esta geografía que pertenece a nuestra historia, para que el amor que Dios ya nos ha hecho experimentar por momentos y quiere vivir con nosotros siempre esté vivo vitalizando de continuo todo lo que somos. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA CELDA. Jornada pro orantibus - 2023

Los ángeles de la noche (cuento de Navidad)