DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Is 35, 4-7a, 12. 27-33; Sal 145, 7-10; Sant 2, 1-5; Mc 7, 31-37)

Traen hoy un sordomudo para que Jesús le imponga las manos, pero Jesús no hace lo que le dicen, como si no quisiera bendecir una situación que esconde algo perverso. ¿Basta decir que este hombre es amado de Dios y que todo siga igual? ¿Basta curarlo y que se integre en la vida de los que le traían? Creo que el evangelio de hoy nos lleva más lejos de una simple bendición o una simple curación.

Jesús realiza con el sordomudo un gesto que hará igualmente con el ciego de Betsaida: lo aparta de la gente. ¿Por qué? Si leemos el texto desde nuestra situación, podríamos reconocer que estamos en la misma posición de ese hombre, la de “un sordo que apenas podía hablar”. ¿No somos una sociedad llena de palabras y ruidos que apenas sabe escuchar?, ¿no somos una sociedad cada vez más llena de preguntas para las que apenas sabemos pronunciar una palabra densa de sentido? Si es así, el problema es más grave que una deficiencia física. Y es aquí donde Jesús actúa apartando al sordomudo de la gente, como él mismo se aparta de la gente cotidianamente para encontrar un silencio donde pueda escuchar la verdad de las cosas y la presencia de una dirección para ellas, donde pueda encontrar compañía para la profundidad de su corazón.

A esto nos invitan hoy los fieles al minfulness o tantos otros que proponen técnicas de silencio y meditación. Parece que el Espíritu de Jesús está moviéndose para apartarnos un poco de la gente, del ruido, de la aceleración vociferante que nos agota y nos roba la mirada serena y honda sobre la realidad, y que nos impide pronunciar palabras habitadas por razonamientos hondos, creativos, que den vida verdadera. Pues bien, ninguna de estas propuestas es nueva para los cristianos. Dios siempre ha sacado a los suyos al desierto, los ha apartado de una u otra manera para hablarles al corazón y poner en ellos palabras que orienten su vida con verdad. Por eso, los cristianos deberíamos despertar y revivir toda nuestra tradición de silencio con Jesús y su evangelio, pensar si no hemos convertido nuestro cristianismo en gestos, ritos, acciones adaptadas a la rutina de una vida social apática y ensimismada.

Es en el silencio donde nace el verdadero encuentro con Dios, es en él donde escuchamos la verdad del mundo y donde podemos encontrar palabras para habitarlo con justicia y esperanza. Pero ¿no es verdad que demasiadas veces queremos que Jesús bendiga lo que hay, más que dejar que nos aparte con él para llenarnos de su propia vida?


Pintura infantil: Jesús hace oír a los sordos y a los mudos hablar.

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