DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B (Num 11, 25-29; Sal 18, 8-14; Sant 5, 1-6; Mc 9, 38-48)
El evangelio de hoy termina con unas indicaciones que parecen
excesivas. ¿Hay que cortarse la mano o arrancarse el ojo si nos incitan a
pecar? Se me ocurre que Jesús está intentando cortar vías de huida a nuestro
afán por vivir un cristianismo light. No se puede ser de los suyos sin una
lucha sin cuartel contra el pecado (podríamos identificar la mano con la
codicia y el ojo con la envidia, por ejemplo). Su evangelio no es para los que
se conforman con una misericordia que no toma en serio que el pecado nos
destruye, y se esconden diciendo que la santidad es solo para algunos elegidos
de Dios a los que les da una fuerza especial.
¿A quién le gustaría encontrar un médico que se compadeciera de él y
le dijera que está de su parte, pero que no le diera un tratamiento para luchar
contra la enfermedad? Pero todos sabemos que podemos necesitar un tratamiento altamente
agresivo con nuestro cuerpo si queremos sanar. Sabemos por Jesús que Dios
ensancha la puerta de su Reino para que puedan entrar los condenados por una
sociedad hipócrita. Pero, a la vez, no podemos dejar de escuchar la predicación
de Jesús que nos recuerda que el camino de la salvación es una puerta estrecha
y un camino angosto.
Muchas veces preferiríamos que hubiera dos cristianismos. Uno para los santos y otro para nosotros. Pero no es así. Solo hay un cristianismo lleno de misericordia y, por eso mismo, que pone al descubierto los engaños y mentiras con que el pecado va destruyendo nuestra vida personal y social. Quizá no se trate de no pecar, pero sí de estar en continua lucha sin desesperar, sabiendo que el Señor está de nuestra parte.
En la primera lectura Moisés sueña con un Espíritu que se pose sobre todo el pueblo y haga a todos profetas. Este Espíritu es el que Jesús nos ha regalado. Ya no hay castas religiosas. Todos hemos recibido por el bautismo el Espíritu de Dios y a todos se nos pide que nos presentemos ante el mundo como hijos de Dios y que no nos dejemos engañar por las trampas del diablo.
Pintura de Goli Mahallati
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