LAS MANOS SUCIAS (Cuento)


¿Por qué tus discípulos comen el pan con manos impuras? (Mc 7, 5)



Después de unos meses en la parroquia, Felipe, el párroco, viendo que la gente no sabía si podía o debía o estaba preparada para acercarse al Señor, anunció que el siguiente domingo se pondría a la puerta a decir a cada uno si entraba o no. Esto causó mucha inquietud a los parroquianos, pero a la vez les tranquilizó pues sabrían a qué atenerse a partir de entonces. 

Llegó el domingo y se empezaron a acercar a misa los parroquianos encontrando que Don Felipe, tal y como había dicho allí estaba en la puerta de la Iglesia. A medida que llegaban les pedía que le enseñaran las manos y solo dejaba entrar a los que las tenían sucias. Al llegar uno y mostrar sus manos limpias, el párroco le dijo:

- Hoy no puedes entrar, unas manos tan limpias seguro que esconden algo.

Uno de los que habían entrado en ese momento miró hacia atrás y comentó con el que estaba a su lado:

- Ya era hora de que pusieran en su sitio a ese hipócrita.

Cuando don Felipe lo oyó, se acercó a él y le dijo:

- Hijo, no te puedes lavar las manos con el pecado de los demás. Hoy tampoco tú puedes celebrar con nosotros.

Y así fue como todos supieron el lugar que ocupaban ante el Señor.

Como de costumbre al terminar la misa, y después de cerrar la Iglesia, don Felipe de sentó ante el Señor y le preguntó:

- ¿He acertado a hacer comprender lo que tú piensas?

El Señor respondió:                                                            

- Si Felipe, has entendido muy bien, pero ¿quién eres tú para ponerlo en práctica?

Entonces Felipe solo pudo arrodillarse y llorar sabiendo hasta qué punto era amado por el Señor.


Pintura de Corinne Vonaesch, Rostro

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