Reflexión sobre el evangelio del domingo XXI (Mt 16, 13-20)
Sin embargo, todo sería demasiado irreal si la cosa
terminara ahí. Un tercer momento se une a estos dos primeros situando la
confesión y la bienaventuranza en medio de la contradicción del mundo que todos
experimentamos. “A ti, una espada te atravesará el corazón”, le dice Simeón a
María; “Ponte detrás de mí, Satanás, y no rechaces mi cruz”, le dice Jesús a
Pedro.
El evangelio, la buena noticia de Dios, se inscribe
así en un mundo habitado por una dolorosa contradicción: nos llama a la vida y
hemos de morir, imprime en nuestro corazón un deseo de plenitud y hemos de
caminar en medio de la mediocridad, nos hace desear el amor y la belleza y nos
sentimos habitados, por dentro y por fuera, por la desconfianza, el odio y lo
vulgar. En esta situación la fe en que Dios es un Dios de bendición, de vida,
de belleza… tiene que enfrentarse al peso de oscuridad del mundo, y es
precisamente ahí donde la fe puede hacerse finalmente verdadera, justo en el
momento cuando es puesta en tela de juicio por el peso de la vida misma. Por
eso, el mismo Simeón comentaba a María: Este niño será signo de contradicción
(y no simplemente signo de bendición).
Jesús, sin embargo, es la contradicción de la
contradicción: es la vida dada en medio de la muerte impuesta, es la
misericordia en medio del desprecio y el pecado, es la belleza en el espacio de
la cotidianidad vulgar y degradante.
El episodio de hoy, leído en su contexto, debería
hacernos pensar que la fe en tiempos de bonanza es, la mayor parte de las
veces, un sueño; y en tiempos de dolor un imposible. Entonces, ¿qué hacer para
no perder la bienaventuranza? El único camino es aceptar nuestra pequeñez, que
tiende a decir palabras con más peso del que puede sostener, buscando que el
Señor se haga fuerte en nosotros y no nos deje perder de vista su resurrección,
donde la contradicción del mundo se trasforma en gloria. Solo así tenderemos
fuerzas para entregarnos a la vida en medio de la muerte; a la confianza en
medio del dolor; a la generosidad, la sencillez y la austeridad en medio de
esta orgía de derroche consumista; a la amistad en medio del sálvese quien
pueda. Quizá se nos romperá muchas veces el corazón, pero ahí mismo somos
llamados a sembrar la semilla de mostaza de nuestra fe para que Dios la haga
crecer hasta la vida eterna.
Es esa fe la única que nos da las llaves del Reino
de Dios. "Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!"
El corazón se rompe demasiadas veces, para seguir intentándolo y seguir creyendo en la humanidad...
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