Reflexión sobre el evangelio del domingo XXI (Mt 16, 13-20)

La confesión de fe de Pedro que escuchamos en el evangelio de hoy va acompañada de una bienaventuranza que Jesús proclama sobre él. La manifestación de la misión de Pedro de decir y sostener la fe parece ir acompañada de una bendición de Dios. Lo mismo sucede en el episodio de la anunciación del evangelio de Lucas en el que la misión de María va acompañada por la bienaventuranza que proclama Isabel sobre ella en el episodio siguiente. "Dichoso tú, Pedro"; "Dichosa tú María". "Dichosos porque habéis creído".

Sin embargo, todo sería demasiado irreal si la cosa terminara ahí. Un tercer momento se une a estos dos primeros situando la confesión y la bienaventuranza en medio de la contradicción del mundo que todos experimentamos. “A ti, una espada te atravesará el corazón”, le dice Simeón a María; “Ponte detrás de mí, Satanás, y no rechaces mi cruz”, le dice Jesús a Pedro.

El evangelio, la buena noticia de Dios, se inscribe así en un mundo habitado por una dolorosa contradicción: nos llama a la vida y hemos de morir, imprime en nuestro corazón un deseo de plenitud y hemos de caminar en medio de la mediocridad, nos hace desear el amor y la belleza y nos sentimos habitados, por dentro y por fuera, por la desconfianza, el odio y lo vulgar. En esta situación la fe en que Dios es un Dios de bendición, de vida, de belleza… tiene que enfrentarse al peso de oscuridad del mundo, y es precisamente ahí donde la fe puede hacerse finalmente verdadera, justo en el momento cuando es puesta en tela de juicio por el peso de la vida misma. Por eso, el mismo Simeón comentaba a María: Este niño será signo de contradicción (y no simplemente signo de bendición).

Jesús, sin embargo, es la contradicción de la contradicción: es la vida dada en medio de la muerte impuesta, es la misericordia en medio del desprecio y el pecado, es la belleza en el espacio de la cotidianidad vulgar y degradante.

El episodio de hoy, leído en su contexto, debería hacernos pensar que la fe en tiempos de bonanza es, la mayor parte de las veces, un sueño; y en tiempos de dolor un imposible. Entonces, ¿qué hacer para no perder la bienaventuranza? El único camino es aceptar nuestra pequeñez, que tiende a decir palabras con más peso del que puede sostener, buscando que el Señor se haga fuerte en nosotros y no nos deje perder de vista su resurrección, donde la contradicción del mundo se trasforma en gloria. Solo así tenderemos fuerzas para entregarnos a la vida en medio de la muerte; a la confianza en medio del dolor; a la generosidad, la sencillez y la austeridad en medio de esta orgía de derroche consumista; a la amistad en medio del sálvese quien pueda. Quizá se nos romperá muchas veces el corazón, pero ahí mismo somos llamados a sembrar la semilla de mostaza de nuestra fe para que Dios la haga crecer hasta la vida eterna.

Es esa fe la única que nos da las llaves del Reino de Dios. "Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!"


Comentarios

  1. El corazón se rompe demasiadas veces, para seguir intentándolo y seguir creyendo en la humanidad...

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