REFLEXIÓN PARA DOMINGO V DE CUARESMA (Ex 20,1-17; Sal 18,8-11; 1Cor 1,22-25; Jn 2,13-25)
Al leer el evangelio de hoy uno tiene la sensación de que Jesús
pertenece a esa clase de políticos a los que da lo mismo lo que les pregunten
en las entrevistas porque ellos ya vienen con frases hechas que buscan soltar
vengan a cuento o no. En este sentido, la petición inicial “Queremos ver a
Jesús” da paso, cuando llega a Jesús, en una reflexión-predicación sobre la
necesidad de perder la vida para encontrarla. ¿Es Jesús uno de estos políticos
o hay algo mucho más profundo de fondo?
Intentemos entender. Para los que preguntan, su búsqueda
fácilmente no es más que una curiosidad interesada. Ver sus milagros o acceder
a él para pedir alguna gracia especial. Se trata de la búsqueda de Dios más
extendida y primaria del ser humano. Sin embargo, como sucede cuando nos
buscamos interesadamente entre nosotros, esta vía no hace que nos reconozcamos verdaderamente.
Por eso Jesús comienza una meditación sobre la necesidad de morir
y dejarse glorificar por Dios. Es decir, solo en la medida que asumamos
renunciar a nosotros mismos para que Jesús sea nuestra forma verdadera de ser,
de vivir, incluso al precio de no alcanzar poderes y ventajas mundanas, solo en
esta medida, Dios mismo nos habita, nos glorificará, nos regala su propia
existencia y entonces comprendemos realmente quién es Jesús, lo veremos en
nuestro propio ser.
Cuando nos acercamos así, miramos lo que hace Jesús en lugar de estar centrados en lo que necesitamos nosotros, y por eso podremos ver, atraídos por la cruz como profetiza él mismo en el evangelio, su amor entregado por nosotros. Entonces le veremos cómo lo que es: el hijo de Dios que nos deja espacio en su ser y nos salva.
Pintura de J.M. Alberola
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