EL DESIERTO EN CASA - IV. Entregarse a los ídolos
No es fácil resistir en el desierto, resistir caminando con una vida
limitada, con una vida venida a menos. Y por eso es fácil dejarse engañar por aquellos
que nos ofrecen algo de gozo o de dominio inmediato sobre la vida.
Por más que solo sea un instante nos sentimos dueños de nosotros
mismos, al abrigo de las arenas de la debilidad, la tristeza, la pequeñez que
parece anularnos.
Estas voces pertenecen a ídolos que nos roban el alma al precio de
llenar la vida con pequeños instantes que nos hacen olvidar la verdad de las
cosas, a necesidad de aceptar el peso de la vida: los momentos de aburrimiento,
el peso de la impotencia, la angustia de la soledad.
Estos ídolos tienen muchas formas, pero todas tienen en común que nos
entretienen haciéndonos olvidar que el valor de la vida no consiste en que sea
siempre poderosa o agradable, sino en que camine dando de sí lo mejor que la
habita. Los ídolos quieren que olvidemos que nuestra vida debe medirse no por
los instantes puntuales, sino por aquella tierra que Dios ha sembrado en nuestro
corazón a la que hay que llegar con las risas, pero también con los llantos;
con el poder, pero también con nuestras pobrezas; con las energías que
nos habitan, pero también haciendo de nuestra impotencia una súplica confiada.
Dios no nos engaña, el futuro es nuestro, pero hay que atravesar el
desierto. Hay que sospechar de quien nos venda una vida sin desiertos que solo nos encontrará finalmente la cáscara vacía de nosotros mismos.
Pintura de Emil Nolde: Danza alrededor del becerro de oro.
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