EL DESIERTO EN CASA - III. Las fuentes de la vida en el desierto
La sed cayó sobre los israelitas casi inmediatamente después de terminar
la celebración de la liberación, justo cuando la vida parecía ya a salvo. Por
eso podemos decir que la sed es el signo del desierto en el interior del propio
cuerpo. Sin embargo, después de los primeros momentos de quejas y depresión,
comenzaron a caminar acompañados por una roca-manantial que, afirman los
textos, les acompañó durante todo el recorrido.
También nosotros, en este desierto que hemos y estamos viviendo, seguramente
hayamos encontrado pequeñas fuentes de sentido, de aliento, de fuerza, de
vitalidad… Pequeñas fuentes que nos han acompañado y ayudado a no dejar que la
sed de vida normal, cálida, buena… que no teníamos nos tragara. Pequeñas fuentes
que han sido personas, acciones, realidades que, aunque las teníamos a mano, no
valorábamos y agradecíamos de forma significativa.
Para los cristianos, todo lo que alienta y sostiene la vida procede de
un mismo manantial del que continuamente nacemos y en el que continuamente nos
sostenemos, pues hemos sido creados en Cristo y de él proviene la vida que
tenemos de continuo (Col 1, 15-17). Y esto es lo que Pablo comenta a los corintios cuando les dice: nuestros
padres en el desierto “bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la
roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo” (1Cor 10, 4).
Por eso en esta cuaresma, podríamos dedicar algo del tiempo de nuestra oración
a reconocer estas personas-fuente,
estas acciones-fuente, estas realidades-fuente que nos han acompañado y lo
hacen aún en este desierto. Y luego dar
gracias viendo en ellas la compañía de Cristo. Quizá como los de Emaús no
le hemos reconocido en esos o eso que nos acompañaba y alentaba, pero allí
estaba. Demos gracias a Dios.
Pintura de Yungsung Kim
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