DOMINGO II DEL TIEMPO DE PASCUA. CICLO C (Hch 5,12-16; Sal 117; Apoc 1,9-11a.12-13.17-19; Jn 20, 19-31)

Cuando leo el Evangelio que se nos da a meditar este domingo me gusta pensar que, al componerlo, fue Juan el que le dio a Tomás el apodo de “Mellizo” para que el lector o el oyente se identificara con él. Ofrecería así un principio que atraviesa toda la Escritura y que afirma que allí no se cuenta simplemente la historia de hombres y mujeres a través de los que Dios se dio a conocer, sino la historia de la humanidad, de nuestra humanidad en lo más profundo de sí misma. Así pues, nos equivocamos cuando leemos las historias con más curiosidad histórica que búsqueda del hoy de Dios para nosotros, porque identificándonos con el relato podemos ver las cosas de las que se habla, tal cual son, en nuestra propia vida, en nuestro propio mundo.

En este sentido, el relato de este domingo nos invita a atravesar las dudas de fe acompañados por la comunidad, dejándonos arropar y alentar por su confesión. No son extrañas las dudas, es más, cuando un creyente no las ha tenido seguramente es que todavía no ha pasado por fases de su vida que debe recorrer para madurar la fe. Lo verdaderamente importante no es no tenerlas, sino llegar a creer en un mundo que parece no dejar espacio para lo mejor de sí mismo, para el designio de Dios en él.

Confesar la fe es así abrir las puertas a este mundo nuevo que se va haciendo esforzadamente. Por eso, ninguno de los evangelios de la resurrección termina, como los cuentos, con un “y comieron perdices”, sino con una confesión de fe que se hace fuerza en la debilidad, esperanza en la oscuridad, renovación de vida en el pecado. Y esto es lo que vemos en Tomás y en todos sus mellizos. Por ejemplo, en el otro Juan que en la lectura del Apocalipsis dice así: “Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, escuché una voz que decía: «No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo»”.

De esta manera confesión de fe y renovación de la vida son una y la misma cosa.


Pintura de Michel Ciry, La incredulidad de Tomás.

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