Soy yo, ¿no me conoces? (Viernes Santo)
Había venido al jardín donde nos conocimos, donde el gozo de antaño se había transformado para él en agonía, y allí nos esperaba. Había convivido con nosotros desde el principio y nos conocía como a su propia carne, como nosotros debíamos conocerle a él.
Nos esperaba y nosotros, vencidos por el miedo, íbamos armados como al encuentro de un enemigo. ¿Por qué si le conocíamos? ¿Por qué si sabíamos que era la fuente de la vida?
Y le preguntamos, como si no lo
supiéramos: “¿Eres tú?” Y con esa expresión íntima de quien no necesita decir
el nombre porque es el de siempre, respondió: “Soy yo”. Y retrocedimos, sin saber
por qué, como si no estuviéramos preparados para tanto amor, como si no estuviéramos preparados para un encuentro en la verdad. Y caímos a
tierra y nos mezclamos con ese barro infecundo que ha perdido su futuro porque
se deshizo de las manos del alfarero que imprimía su belleza en él.
Y se quedó solo, más solo aún,
solo en una espiral de distanciamiento e indiferencia, de violencia y crueldad
que parecía sobreactuar para ocultar la traición y no escuchar el íntimo y primigenio
“soy yo” del compañero eterno de la vida.
Entonces dijo: “Tengo sed, no ves que estoy aquí porque
mi deseo de ti no me deja estar lejos”; y probó la amargura del desamor, pero
siguió repitiendo, cada vez más bajo: “Soy yo, ¿no me recuerdas?”, hasta
convertir las palabras en un sutil soplo de amor que seguía buscándonos cuando
inclinó la cabeza.
Algunos dejaron caer las armas y, sintiendo como el aliento llegaba al suelo y se mezclaba de nuevo con su barro, se dijeron: “Eras tú”. Y volviéndose hacia el que habían traspasaron, apenas si sabían decir lo que querían pronunciar: “Eres tú, mi bien, mi todo. Eras tú”. Y supieron que nunca estuvieron solos, tampoco cuando eran barro inmodelado e infecundo, vasijas rotas en el terremoto del todos contra todos, y que nunca lo estarían.
El que lo vio da testimonio, y no
olvida que no es olvidado, pues tiene grabado en su corazón el susurro crucificado
del Dios vivo: “Soy yo, tengo sed de ti”.
Pintura: Edvard Vardanian, Crucifixión.
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