DOMINGO V DEL TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C (Is 43,16–21; Sal 125,1-6; Filp 3,8-14; Jn 8,1-11)

Aunque la palabra suene fuerte e incluso un poco impostada, es aterrador hasta qué punto el creyente puede utilizar las palabras de Dios y a Dios mismo con fines diabólicos. Es imposible esconder los efectos de esta práctica en la historia. La frase “La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras” de hoy, es un ejemplo entre otros. La palabra que Dios nos dirige con su generosa acción creadora, con su promesa de salvación vinculada a su escucha de los dolientes y oprimidos y con su actuación en favor de los más pobres, se deforma cuando los hombres queremos seguridades, poder y riquezas que alejen de nosotros el temor al mundo tal cual es, con sus ambigüedades, con sus fracasos, con su pobreza.

Entonces vestimos a Dios con nuestros deseos de poder y seguridad, ponemos en su boca palabras que respalden nuestras formas de vida y de pensar, y hacemos de Dios un doble de nuestra propia vida, un ídolo.

Por eso vemos aparecer en la Escritura un Dios entre sol y sombra, un Dios que intenta afirmar su lado luminoso y dejar atrás la imagen con la que le han vestido los miedos de los hombres. Hoy, en el evangelio, se revive esta lucha constante entre una imagen opresora de Dios y su presencia liberadora. La mujer adúltera es liberada de la acusación y de su pecado, y los acusadores acallados. Sin embargo, en una semana contemplaremos cómo el torrente de furia de estos se vuelve a levantar con su Dios falso para llevar a Jesús hasta la muerte.

Y no una semana después, sino hoy mismo Dios no deja de luchar en nuestro corazón para hacerse sitio entre los miedos y deseos que no le dejan aparecer como lo que es. Por eso, solo queda olvidarnos de juzgar a estos personajes del relato y volver la mirada sobre nosotros mismos.

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