DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C (Gn 18, 1-10a; Sal 14, 2-5; Col 1,24-28; Lc 10, 38-42)

Hay veces que me tienta pensar que el evangelio no es unívoco, vamos, que cada versículo o cada pequeño fragmento diría una cosa y nada más que eso. A veces pienso, por el contrario que es no solo plural, sino paradójico, porque puede decir una cosa o la contraria según lo que el Espíritu sienta que necesita el que lo oye. Y no para acomodarlo a su situación, cosa que tantas veces intentamos, sino todo lo contrario para sacarnos de nuestras casillas y hacernos avanzar hacia una vida más verdadera.

Eso me sucede con el relato de Marta y María del evangelio de hoy, después de haber leído hace poco una interpretación del místico dominico Maestro Eckhart, que vivió en los siglos XIII-XIV.

Los atados por la actividad pueden ver, en el reproche de Jesús a María, que lo central no es la acción, sino que esta esté bien situada, y que para eso hay que buscar la intimidad discipular con Jesús. De lo contrario podemos terminar creyéndonos Dios y situándonos en el mundo como jueces de todos los que no hacen lo que nosotros hacemos.

Pero, a la vez, los que están sentados tranquilamente en la contemplación del Señor, pueden ver, como interpreta Eckhart, el reproche de María como una llamada de atención del mismo Señor, que tantas veces se ha dejado servir reconociendo el valor de la preocupación por los otros, para descubrir que la oración no es lo central, que lo central es la participación activa en la misma vida de Dios que es amor, que es donación de vida. Solo así estamos realmente unidos al Señor, dice.

Así pues, dejemos que el Señor nos guíe con su Espíritu para que acojamos lo que más necesitemos.


Dibujo de Maria Laughlin. Marta y María

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