Ahí vamos. Un espíritu que da vida.

Le pasó hace tiempo a un hombre corriente que caminaba por una tierra venida a menos. Allí, la mayoría habían vivido con sobreesperación (¡vaya palabra!), con un exceso enfermizo, por irreal, de esperanza en el futuro, creyendo que este siempre sería suyo y de los suyos, porque lo habían trabajado y porque Dios era bueno y estaba de su parte, y punto. Pero las cosas no habían sido así. Y cuando recorría las calles de la ciudad escuchando las broncas de los políticos ensimismados en la búsqueda del poder, cuando percibía las conversaciones escondidas de sus paisanos que buscaban el propio beneficio olvidando incluso al vecino de la puerta de al lado, cuando sentía los empujones y las trampas para salir en la foto aunque al de al lado se le cortara medio cuerpo, cuando sabía que casi todos, también él, habían bajado el volumen de los audífonos instalados en el corazón para no oír los sufrimientos del prójimo… Entonces cuando la desesperación se había vuelto una queja constante y se estaba convirtiendo en un cínico ‘sálvese quien pueda’; entonces, solo entonces, vio este hombre que Dios le acompañaba y le preguntaba: “Hombre, ¿podrán revivir estos huesos secos?” 

Y como a Dios, igual que a los curas, no se les contesta o si se hace es solo para decirles lo que uno cree que quieren escuchar, le dijo: “Señor, tú lo sabrás”. Y como el Señor, por su parte, no se conforma con vernos vagar como vivientes sin vida ni esperanza y mucho menos con respuesta esquivas, le dijo: “Profetiza sobre estos huesos y diles: Escuchad, voy a infundir en vosotros un espíritu que os hará revivir”. Y aunque lo hizo con la boca pequeña, pues no terminaba de creerse ese cuento, empezó a ver.

Y vio que un joven se levantaba e iba muchas tardes a ver a un viejo que vivía solo, solo porque estaba solo y necesitaba compañía; que un vecino de su portal llevaba tiempo, sin que nadie lo notara ni lo agradeciera, levantando una asociación de barrio mortecina diciendo que “lo bien hecho bien parece” y que alguien tenía que hacerlo porque se necesitaba; que una mujer enferma y maltratada por la vida sabía sostener una paz en su corazón que daba vida a su alrededor, a veces tanta que ponía nerviosos a los que la rodeaban; que unos padres a los que había nacido un niño con problemas especiales habían renacido en su pena y no solo le amaban con todo su corazón, sino que habían animado a otros a organizarse y ayudarse mutuamente; que una maestra jubilada con algunas jóvenes más enseñaban, en medio de miradas turbias de sus vecinos, a hablar y leer en nuestro idioma a emigrantes sin papeles.

¡Empezó a ver tantas cosas!

Además, cada mañana, al salir de casa, notaba una racha ligera de viento que silbaba: “Ahí vamos”. Y le empujaba a seguir profetizando sobre todos sin desesperar.


Pintura: Vestido de amor (Col 3, 12)

Comentarios

  1. Gracias, de verdad. Ojalá aprender a ver...
    "Ven Espíritu"
    ...

    "Ahí vamos"

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