REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO VII DE PASCUA. ASCENSIÓN DEL SEÑOR (Hch 1, 1-11; Sal 46, 2-9; Ef 1, 17-23; Mc 16, 15-20)
Describiendo la ascensión del Señor, la primera lectura del libro
de los Hechos dice que “una nube se lo quitó de la vista”. Esta nube, que en el
éxodo representa la presencia de Dios que acompaña, envuelve y protege a su
pueblo, es ahora el hogar mismo de Cristo. Cristo es envuelto y hecho uno con
esta presencia compañera de Dios para nosotros, presencia cercana, discreta y
luminosa.
Dice el libro del éxodo que la nube que acompañaba al pueblo en su
liberación de los poderes de Egipto “era tenebrosa por un lado y luminosa por
otro” (14, 20). Y así aparece, también hoy esta presencia resucitada de Cristo
que nos acompaña desde entonces, como nos recuerda el relato de Emaús. Cristo envuelto
por la vida divina ya no es accesible como cualquier otra realidad de nuestra
historia. Podríamos decir, apropiándonos del título de una obra inglesa de
oración clásica del medievo, que se ha adentrado en La Nube del no-saber y es solo ahí donde podemos encontrarlo. Y
esto por más que digamos que está en su palabra, en el pan y el vino o en el
hermano.
Por eso es tenebrosa su presencia, porque siempre la sentiremos demasiado
tenue, discreta, débil al contacto con los poderes del mal y de nuestra
fragilidad, y por eso nos asustará afrontar el testimonio que nos pide. Pero a
la vez, quizá cuando hacemos memoria juntos y su Espíritu nos hace comprender,
cuando le dejamos que entre en nuestra casa, aparecerá la luminosidad de un
Dios que sobrepasa todo “principado, poder, fuerza y dominación” con su amor y
que da, incluso a lo que ha perdido su figura de verdad con la que fue creado, una
riqueza de gloria que no se marchita.
Así, a la sombra de esta nube discreta de gracia, unas veces
viviremos sorprendidos por la luminosidad de Cristo y otras encogidos y asustados.
En cualquier caso, como se afirma tanto en el relato del éxodo como en el de la
transfiguración y en el de hoy, el camino está abierto para que, caminando tras
esta nube que es Cristo, seamos envueltos con su gloria y envolvamos a todos con
nuestro testimonio.
Pintura de Angelo Celsi
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