DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO (Dt 18, 15–20; Sal 94; 1Cor 7, 32-35; Mc 1, 21-28)

¿Quién era este que, en la sinagoga, estaba poseído de un espíritu inmundo? Quizá pensemos que era una persona marginal que importunaba la asamblea con gritos y molestias, pero quizá fuera uno de los mismos dirigentes que, vestido de apariencia religiosa, vivía solo para sí mismo, para su prestigio, para su poder, para su riqueza… haciéndose pasar por un hombre devoto. ¡El diablo es tan listo a la hora de camuflarse! Lo que está claro es que frente a Jesús se descubre la verdad y se entabla una lucha entre el mal que posee al hombre y lo quiere para sí y Cristo que quiere liberar al hombre para Dios. Solo puede quedar uno como dueño de aquel hombre y la lucha es dura, de tal manera que el hombre se retuerce violentamente. Esto me hace pensar que demasiadas veces hacemos de la bondad y la paciencia de Dios una coartada para seguir jugando con nuestros demonios. Decimos: ‘Dios me quiere como soy’. Pero no es verdad. Sería más apropiado decir: ‘Como soy, Dios me quiere, por eso me empuj...