Pequeño cuento de la Ascensión.
Nadie se explicaba a ton de qué le había dado por venirse tan lejos y hacer este despilfarro. La gente comentaba: Ha comprado casi todos los dromedarios de Madián. Algunos decían que se había vuelto loco, otros que eran caprichos de niño de padre pudiente, y algunos querían ver una especie de profecía, pero no sabían muy bien qué pensar.
Él seguía a
lo suyo sin dejarse influir por las habladurías. Los llevó a su tierra, y cuando
su padre lo llamó para hacerse cargo de sus negocios, se presentó en casa con
ese rebaño pintoresco cargado a no poder más. Qué va a decir tu padre de este
derroche, le preguntaban acusadores revoloteando a su alrededor los que le
habían conocido sin ese moreno de andar por los caminos del mundo. Tranquilos,
yo sé.
¿Dinos qué
traes?, le decían. Y él empezó a sacar sus tesoros. En una pequeña jaula con
barrotes más grandes que su cuerpo se veía una luciérnaga serena, la luz que
necesitará Bartimeo, comentó. ¡Un saco lleno de arena!, sonrió mirándolo
inquisitivamente un antiguo amigo. Sí, estuve machacando las piedras de un
juicio, me llevó tiempo. Es una tierra que siempre ofrece un comienzo nuevo.
Una amiga lo necesitó una vez y no quiero que se olvide que la conservo para
que pueda andar sobre ella cuando lo necesite. En una caja de cartón, con
agujeros en la tapa, intuyeron que traía gusanos de seda. ¿Te vas a hacer
modisto? Quiero tejer, dijo, una piel suave que al vendarlas cure las heridas.
¿Conocéis a los leprosos? La necesitarán. ¿Y todas estas ánforas vacías?
Siempre había respuesta. Hay muchas lágrimas que recoger, ¡tantos necesitan
desahogarse para comenzar de nuevo a respirar la vida!
Y así uno
detrás de otro los dromedarios iban entrando en las tierras que rodeaban la
mansión que esperaba a su nuevo señor. Al final de la fila, sostenida entre
cuatro de ellos en un equilibrio casi circense, venía una mesa puesta. ¿No
crees que tu padre se enfadará si no te sientas junto a él en su mesa de caoba?
No lo creo, es más, estoy seguro de que le alegrará que haya preparado esta
pequeña mesa a mi hermano pequeño para cuando vuelva a vivir con nosotros.
Seguro que padre, viene a sentarse como uno más entre sus hijos.
Y así se
recompuso la mansión y sus tierras, y nunca se oyó que hubiera alguien que
llamara a sus puertas y no encontrara lo que le faltaba para recibir la
plenitud que anhelaba. Se dice también que, como si fuera un tesoro escondido,
el hijo conservaba la fuente donde untó su pan con alguien al que todos habían
olvidado. Y los que le rodeaban no sabían qué pensar, pero la fuente seguía ahí
en la mesa puesta, al lado de un sitio vacío.
La escritura es el cruce de dos intimidades
ResponderEliminaren el espacio de las cosas.
En su perplejidad irredimible,
las palabras nos dan lo que no tienen.
Basilio Sánchez