Desinvisibilizar lo bueno

¿Por qué nos damos cuenta de que las cosas no marchan si no es porque habitualmente funcionan armónicamente? No percibiríamos el desorden si, de alguna manera, no conociéramos esta armonía, si no contáramos con ella, si no fuera nuestro espacio natural de vida. No conoceríamos el ruido si no conociéramos el susurro de los sonidos cotidianos que acompañan nuestros pasos como una melodía amiga que nos dicen que no estamos solos. No sentiríamos asco si no hubiéramos probado la riqueza de sabores que alegran nuestro paladar. No nos asustaría el vértigo, los mareos si habitualmente la realidad no apareciera colocada en su sitio en nuestra mente, permitiéndonos ir de aquí para allá sin problemas. La traición no nos heriría si no presupusiéramos la acogida, la comprensión, el respeto, el apoyo, el amor del otro. Sin embargo lo que nos sorprende, porque nos pilla a contrapié, es el desorden y el mal. Y lo hace provocando una pregunta-queja: ¿Por qué? Si la respuesta no es Y ¿por qué no?, es porque creemos firmemente que la realidad debe ser acogedora, buena, enriquecedora, llena de complementariedades… Y ¿por qué? Si no nos parece normal el desorden, el ruido, el asco, el vértigo… es porque el mundo está asombrosamente bien hecho, incluso cuando a veces funciona mal. Y adentrarse en esta conciencia con asombro, dejando que nuestra vida contemple y se alegre, es el primer paso para descubrir la verdad de un Dios creador que no solo hace las cosas bien, sino que las dirige hacia una plenitud que ya habita, en forma de esperanza, en nuestro corazón y en nuestra carne.

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