Las manos del Señor (autor no conocido)

Todo se vuelve estridente, grimoso, la inquietud entra por nuestros ojos y se apodera de la realidad. La misma piel se enerva contemplándolo. Has tocado lo invisible, lo escondido, lo apartado en este mundo artificial de gente bien que pretende protegerse de la degradación, apartando todo lo que se la recuerde. Como si así pudiéramos escondernos de nuestra propia podredumbre. Extiendes tu mano y dices ¡Basta! Y con la otra recoges hacia tu cuerpo blanco, de pureza inmaculada, al leproso ofreciéndole un refugio donde encontrar una vida viva. Se la das a él que, tocado por la muerte, había sido enterrado antes de tiempo. Ahora el que quiera estar contigo tendrá que atreverse a tocar y dejarse contaminar por este amor que espanta.

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