Un cruce para Dios
Al
llegar a casa no había besado a su mujer, aunque se dio cuenta cuando llevaba
más de una semana sin hacerlo, como cuando uno ha dejado de tomar la pastilla del
colesterol y, como todo sigue igual, no lo ha echado de menos. De todas
maneras, habían seguido hablando igual, comiendo y acostándose de la misma
manera, y con sus mismas manías de siempre, cada uno las suyas. Seguían igual
de juntos y, sin embargo, sentía que algo se había perdido. Ese cruce de
caminos donde todo se hacía común en un gesto en apariencia insignificante,
pero que forzaba a recordar qué era lo que les unía.
Al
leer este párrafo en una novela, Alfredo, el cura, se puso un poco nervioso
porque su breviario llevaba unos días sin moverse en la mesita de al lado del
sofá. Se dijo que él era el mismo de siempre, que cumplía sus obligaciones de
párroco, pero algo no le dejaba tranquilo, porque aquel libro era el tálamo
donde se encontraba desnudo con su Dios desnudo, a veces con alegría, otras con
tristeza y algunas sin pena ni gloria, pero recordando que toda su vida giraba en
torno a Él.
Y
lo mismo pensaba Gloria, que ya no echaba de menos la misa del domingo después
de tres meses sin ella a causa de la pandemia. ¿Era realmente necesaria? En
apariencia no, quería pensar ahora que no tenía ninguna gana de ir, pero en el
fondo de su alma sentía que sin tocar la presencia de Dios en ese, tantas
veces, aburrido rito, Dios se le escapaba entre las horas de la vida sin un
lugar donde saberse rodeada de la oración de todos y de una promesa de compañía
fiel pasara lo que pasara.
Desde luego no puede ser más real, así las rutinas son las que nos hacen mantener la llama encendida, aunque cualquier cosa o acontecimiento lo puede trastocar...
ResponderEliminarY de todo esto sacar la conclusión de que nuestra fe es débil y reforzarla
Supongo que el Señor nos llama a su encuentro ( en la misa dominical.. pero también en otros momentos y tendríamos que ser capaces de verlos ...
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