Asunta. Cuento para la Festividad de la Asunción de María

Su pálida piel reflejaba la frágil vida que la habitaba. Más de una vez había tenido que permanecer en cama herida por razonamientos oscuros que habían atravesado su piel como una espada. Y es que la oscuridad era su más terrible enemiga y su más cercana y acechante compañera. Su tiempo no era el mediodía donde las gentes exhibían la fuerza de su palabra y sus negocios sin ninguna discreción, y la luz solo mostraba el fluir de apariencias irreales; ni la noche donde todos ocultaban su verdad con una desinhibición irracional que el amanecer siempre quiere olvidar. Ella vivía en el claroscuro rutinario del día donde las alegrías conviven con las lágrimas y sabe compartirlas, y las tristezas consiguen esbozar alguna que otra sonrisa que ilumina los caminos. En ese claroscuro donde la vida es real, donde las horas no se pueden envolver con sueños imposibles, pero ofrecen siempre algún que otro minuto de luminosidad discreta e inesperada que da esperanza. Nacida albina a veces pensó si ...