MEDITACIÓN NAVIDEÑA
¿A qué compararé la Navidad?
Es semejante a la levadura que toma una mujer y la esconde en la masa hasta que todo fermenta.
La Navidad
no es nuestra es de Dios, de ese Dios que, amasando el mundo con su amor, para
que esponje añade su propia vida. Y entre golpe y golpe se mezcla hasta hacerse
uno con todo. Y todo para que todo se ensanche, se eleve y sepa a pan y a
hogar.
No es
nuestra la Navidad. Nosotros somos solo la masa anhelante, el deseo siempre
renovado, el querer y no poder que recibe la vida eterna, esa levadura que es
el Hijo del Padre.
No es
nuestra, de los cristianos. Nosotros somos los que celebramos este gesto que no
evita ningún golpe, pero que ahora los sabe habitados por una fuerza de amor
que atravesando el horno de todo sufrimiento le da una forma nueva, amplia,
viva, alegre.
Es de Dios
la Navidad, nosotros la celebramos, pero nos queda añadir que es para todos la
Navidad. Lo sepan o no, lo crean o no. ¡Es tan difícil creer que la levadura
puede dar vida a la masa cuando esta va camino del horno! Por eso comprendemos
a los que les cuesta creer, a los que no saben creer, a los que no quieren
creer para no sufrir decepciones. Y por eso los cristianos nos pedimos
compartir esta levadura recibida, esta vida nueva que notamos que nos va
ensanchando por dentro, para que así quizá alguien encuentre en nosotros sabor
a pan y hogar de Dios y cobre esperanza.
¿A qué compararé la Navidad? Es semejante a la levadura que toma una mujer y la esconde en la masa hasta que todo fermenta.
Y sabemos que fermentará. Por eso, incluso llenos de la tristeza y melancolía que ha traído este año, somos invitados a la alegría, a la esperanza, al amor.
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